viernes, 7 de octubre de 2011

La amistad.



Queridos amigos internautas, estos días he estado meditando sobre el valor de la amistad, lo que significa y lo que nos afecta en nuestras vidas.

La amistad es una gracia, virtud y don, que brota de nuestro corazón sin saber por qué; y hace que congeniemos con algunas personas por su simpatía, cariño y forma de ser.

Esta virtud, no es solo individual, para hacerla efectiva necesita de al menos una o más personas.

Siento que es como una semilla que ponemos en nuestro interior y como planta que es, tenemos que cuidarla para que se convierta en un gran árbol de largas raíces, fuerte tronco tan alto como un roble; y en sus ramas broten sus frutos como bellas cintas brillantes de múltiples colores que se entrelazan entre si, y las mueve el viento al igual que la suave brisa del mar mueve las velas de los barcos.

He pensado en hacer tres grandes grupos, el primero amistades falsas y amigos peligrosos; el segundo grupo amigos superficiales y banales; y el tercero amistades verdaderas.

Las primeras son todas aquellas personas que de una manera falsa deshonesta y dañina, se aprovechan de nosotros y poco a poco con sus falsedades nos hacen creer que son amigos, cuando lo único que buscan es conseguir los objetivos que se han marcado. Una vez que lo consiguen nos abandonan sin ningún pudor.

En este grupo todavía es más terrible aún las amistades peligrosas, pues son lobos disfrazados de corderos, que eligen a su presa siempre buscando a los más débiles y a los más jóvenes. Casi todos en nuestra vida alguna vez hemos sido tentado por alguna persona de este último grupo, y como ellos consigan atrapar a su presa la introducen en mundos peligrosos de delincuencia y de vicio. Los mayores tenemos que tener cuidado y observar a los más jóvenes de nuestras familias para evitar que caigan en las redes de estas personas.

El segundo grupo es el más numeroso, pues en él entran todos aquellas personas con las cuales son ideales para salir, entrar, pasarlo bien ayudar si hace falta en pequeñas cosas que no comprometan mucho; en una palabra amigos de puertas para afuera. ¡Pero hay si la suerte cambia, o viene un revés de fortuna o una terrible enfermedad! Y entonces tienen que verse involucrados, entonces vemos que las llamadas de teléfono se van esparciendo, las visitas igual y si nos lo encontramos por la calle procuran hacerse los distraídos y cruzar de acera. Y si por casualidad te lo encuentras de bruces y no se pueden escapar te dicen: “Lo siento estoy muy liado, en cuanto pueda te llamo y voy a visitarte.” Cuando te vienes a dar cuenta de tanto como tenías a tu alrededor, cuando más los necesitas y más necesitabas de su apoyo te han dejado solo.

El tercer grupo, mira a tu alrededor y te encuentras que el grupo tan grande que creías que tenías de amigos, se ha reducido de una manera drástica, y si los cuentas con los dedos de la mano, todavía te sobran dedos. Pero estos, estos sí son tus amigos. Estos son los que están ahí para lo que tú los necesites, sin que los tengas que llamar. Ellos te brindan su apoyo y son el bastón en el que te puedes apoyar, el hombro que te puede consolar, y la mano que nunca te abandona y te ayuda en todos tus momentos.

Cuando Jesús estaba celebrando la última cena con sus discípulos, ellos no sabían que Jesús iba a morir al día siguiente. Entonces Jesús los miraba y a través de ellos veía a las generaciones futuras y pensó: “Tengo que hacer algo, no los puedo dejar solos. ¡A quien van a acudir cuando yo muera! ¡Quien los va a guiar y proteger!”

Por eso hizo la mayor prueba de amor que solo Dios podía hacer, que fue darse a nosotros al instituir el Sacramento de la Eucaristía. Tomó el pan y la copa de vino, levantó los ojos al cielo, lo bendijo y les dijo: “Tomad y comed que este es mi cuerpo. Tomad y bebed que esta es mi sangre.”

Desde ese momento, Jesús se quedó con nosotros a través de los siglos.

Pero amigos, si por circunstancias de la vida ajenas a vuestra voluntad, os encontráis que no tenéis un amigo y os sentís solos, tristes, derrotados, abandonados, sin saber que camino tomar, ni la solución que dar a vuestra vida; no olvidéis que en el silencio y la penumbra de la iglesia, allí está el sagrario y Jesús está allí esperándonos.

Acércate despacio con recogimiento y ponte delante de Él, de rodillas, sentado o de pié; háblale con sencillez y cuéntale todo lo que te pasa. Pídele ayuda y amparo. Verás como sientes en tu corazón que Jesús te habla y te consuela. Te dice: “No sufras, Yo estoy contigo. Voy a abrirte los caminos para que tú sepas salir del apuro en que te encuentras.”

Al volver hacia tu casa, siente que el peso que oprimía tu alma se te ha quitado y la tristeza que te embargaba se te ha aliviado. Ahora piensa que puedes con su ayuda ir solucionándolo.

Amigos, espero que nunca os olvidéis de Jesús sacramentado, pues Él nunca os fallará y darle gracias a Dios, si tenéis amigos verdaderos, cuidarlos porque en ellos tenéis un tesoro.

Hasta la semana que viene si Dios quiere.

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