domingo, 24 de julio de 2011

La parábola del sembrador.


  
Queridos amigos internautas hoy os quiero recordar la parábola del sembrador.  

A Jesús le gustaba hablar en parábolas a sus discípulos y a cuantos le oían, pues de esta manera tan sencilla comprendían mejor las enseñanzas de su doctrina.

Estaba Jesús a la orilla del lago Getsemaní con sus discípulos cuando un gran gentío les rodeó, y entonces Jesús se subió a una barca que había en la orilla para que todos le oyesen y les propuso esta parábola.  

Había un labrador que tenía un huerto. Lo limpió de piedras y de matojos, lo aró y cuando llegó la época de la siembra el sembrador se ató su zurrón lleno de semillas a su cintura y con ambas manos esparcía las semillas por el campo. Se levantó un poco de viento y algunas semillas cayeron al borde del camino, otras en un pedregal y otras entre zarzas y abrojos. El resto cayó en la tierra buena.

Se marchó a su casa el labrador y a las pocas semanas volvió para ver cómo estaba su campo. Vio que el trigo había brotado, pero el que cayó al borde del camino la gente al pasar lo pisoteó y lo que quedaba las aves del cielo se lo comieron; el que cayó en el pedregal brotó muy débil, y al faltarle tierra se secó; y el que cayó en la zarza la falta de tierra y los pinchos lo sofocaron y se perdió. Tan sólo en el campo labrado el trigo crecía verde y fuerte.

Los discípulos al oír esto le preguntaron a Jesús: “Maestro, ¿qué nos has querido decir con esta explicación?”, a lo que Jesús contestó: “las semillas que cayeron al borde del camino simbolizan a las personas que oyen la palabra de Dios y no le prestan atención; las que caen entre piedras simbolizan a las personas que les gusta oírla pero no ponen el cuidado en su alma para recibirla; y la tercera, la que cae entre espinas y abrojos, son las personas que sí quieren escucharlas pero con las tentaciones y los avatares de la vida no la ponen en práctica. Por último las que caen en tierra buena fructifican y dan un 30, un 60 ó un 100% del fruto”.

Estando yo meditando sobre esta parábola para hablaros, se me ocurrió que podría tener un segundo significado. Es comparar desde que el sembrador echa las semillas en la tierra los pasos por los que tienen que pasar desde que se plantan hasta cuando se convierten en harina y con ellas se hace el pan.

Este paralelilsmo se me ha ocurrido que lo podemos comparar con el transcurso de nuestras vidas desde que oímos la palabra de Dios hasta que al final de nuestros días presentamos ante el sembrador el fruto de nuestras buenas obras.

El sembrador simboliza a Dios y a las buenas personas que nos ayudan y la semilla simboliza la palabra de Dios que cae en nuestros corazones.

Ahora os voy a contar cómo los antiguos labradores a través de los siglos han trabajado el campo con la siembra hasta conseguir la harina. Ahora es muy fácil con las máquinas, pero antiguamente todo era un gran esfuerzo. Aún recuerdo cuando de pequeña nos llevaban a ver las labores del campo y aparecía como un gigante la figura del labrador, hombre recio, fuerte y trabajador, sacrificado, hombre bueno y solidario, vestido con pantalones recios para no clavarse los pinchos, camisa de manga larga para no abrasarse con el sol, sombrero de paja sobre su cabeza y sobre sus hombros la hazada para labrar el campo.

Al amanecer se iba para labrar la tierra, regar el campo y quitar las malas hierbas. Cuando ya el trigo estaba tan alto como él, verde que negreaba, el viento mecía las mieses y hacía un baile con ellas, en ese mar verde de olas negras y remolinos, el labrador miraba todo ello con orgullo, pues era el fruto de su esfuerzo. Al poco tiempo el trigo se iba poniendo amarillo como el sol y las amapolas crecían entre el trigo rojas y brillantes que hacían un cuadro bucólico.

Llegaba la época de la siega. Entonces iban atando el trigo en gavillas y con una hoz lo cortaban y lo iban colocando en carros tirados por mulos y lo conducían hacia la era. La era era una plataforma de piedra redonda y grande donde echaban las gavillas y con un carrito y un par de bueyes iban pasando sobre ella una y otra vez para que el trigo se desprendiera de la paja. Cuando sucedía eso se hacían grandes fiestas en los campos, bailes y jolgorios, pues todos estaban contentos de que el trigo ya estuviera en la era. Por último, con grandes horquillas de madera iban aventando la paja, y por fin aparecía el grano en montones sobre la era a un lado, y en el otro la paja.

La paja se empaquetaba en alpacas y se guardaba para el forraje de los animales para el invierno, para dar de comer a las vacas y para formar los pesebres. Y el trigo se guardaba en sacos y se llevaba al molino. En el molino había dos grandes piedras redondas que muchas veces las movía el agua y otras los animales, y así iban triturando los granos hasta sacar la espuma blanca de la harina. Esa harina, como decía antes, era el pan de todo el mundo, el pan del cuerpo para que viviéramos, y el pan del alma para hacer la Sagrada Forma.

Aquí podemos decir la oración que le rezamos todos los días a Dios. La primera parte, de alabanza; y la segunda de peticiones.

Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
Amén

Como veis esto es lo que os quería contar para que reflexionéis y penséis que cada uno de nosotros podemos estar en uno de los cuatro grupos del sembrador. Así que os animo y me animo yo a mí misma para que seamos la semilla que cae en tierra buena y dé el 100% del fruto.

  Queridos amigos, hasta la semana que viene si Dios quiere.

1 comentario:

  1. me ha encantado esta parábola, espero que haya otras tan bonitas como esta,

    ResponderEliminar

Gracias por participar en el grupo de oración.