domingo, 24 de noviembre de 2013

Cristo Rey y el voluntariado.



Hoy día 24 de noviembre es un día grande en la Iglesia Católica. Es la fiesta de Cristo Rey, la clausura del año de la fe y el final del año litúrgico.

Queridos amigos, ¿nos hemos parado a pensar qué significa para nosotros Cristo Rey? ¿Es de verdad el Rey de nuestras vidas? ¿Anteponemos todas nuestras cosas a la voluntad de Cristo Rey? Cada uno de nosotros daremos una respuesta diferente, pero lo que tenemos que procurar es entronizar a Cristo Rey en nuestras vidas, y como a tal Rey ponernos a sus pies y pedirle toda clase de favores y nosotros ofrecerle toda nuestra vida. Si Cristo Rey reina en nuestra casa todo marchará de una manera sencilla y maravillosa.

Con el final del año de la fe nos damos cuenta de la cantidad de frutos espirituales que se están recogiendo y los que poco a poco irán llegando. ¡Qué idea más maravillosa tuvo Benedicto XVI al proclamar el año de la fe! ¡Cuántas oraciones hemos rezado todos los cristianos para que se extendiese la fe por todo el mundo y para que las personas que dudan reciban la gracia y el don de la fe!

Y ya por último hoy termina el año litúrgico, y el próximo domingo, si Dios quiere, comienza el adviento. Pero del adviento ya hablaremos otro día. Hoy nos centramos en la festividad tan grande que hemos celebrado.


Tenía muchas ganas de un día hacer un gran homenaje a tantas y tantas personas que forman el voluntariado en todo el mundo.

¿Qué es un voluntario? ¿A qué se dedica, qué es lo que hace? Un voluntario es una buenísima persona que siente en su corazón unas ansias locas de ayudar a los demás en las situaciones que sean sin esperar nada a cambio, sin interés crematístico ninguno ni afán de lucro. Los voluntarios hacen su vida cotidiana igual que todo el mundo, pero tienen una diferencia: que en el momento que sienten la llamada de una desgracia o que necesita alguien de su ayuda, allí se presentan. Son muchas las desgracias que vemos a lo largo de nuestras vidas, bien sean terremotos, maremotos, tifones, huracanes, incendios, inundaciones… Pero todas estas cosas el hombre no las puede controlar, y cuando por desgracia suceden, ahí están ellos. Son los primeros que llegan a todas partes con sus manos y sus brazos extendidos para ayudar, socorrer y salvar a cuantas más personas mejor. Sin embargo, hay otras clases de desgracias, como accidentes, descarrilamientos de trenes o hundimientos de barcos, en las que muchas veces hay intervención del hombre por negligencia, falta de atención o cualquier otra causa. Aquí en España hemos tenido por desgracia no hace mucho el descarrilamiento de un tren en Galicia y tuvimos la explosión de cuatro trenes en la estación de Atocha por la mano criminal de unos desalmados que pusieron bombas, y murieron tantísimos inocentes… allí se produjo el milagro. Los voluntarios aparecieron por todas partes trayendo mantas, almohadas y sacando a tantos heridos de los vagones del tren como pudieron. Ellos supieron llevar el consuelo y el socorro a tantas personas heridas.

Otro caso que aquí tuvimos también de ejemplo de voluntariado fue cuando se hundió un barco llamado Prestige en las costas de galicia y derramó todo el combustible, pues era un carguero en malas condiciones, y llegó a las costas en forma de chapapote, la mezcla de la arena con el agua y el combustible. Y allí acudieron de toda España gentes de todas las edades para ayudar con sus manos a limpiar las costas gallegas. ¡Cuánta generosidad! Y así podría estar contando miles de casos, pero con esto pienso que es suficiente.

Hay sin embargo otra labor silenciosa y callada, que no tiene tanto bombo y de la que se enteran menos personas, que realizan a diario los voluntarios, y es cuando van a las casas a cuidar de los enfermos, asearlos y limpiarles su vivienda o acompañarles al médico o hacer sus gestiones. Si no fuera por los voluntarios, el mundo se pararía. ¡Cuántos de ellos dan su sangre cada x tiempo y se hacen donantes para que en los hospitales y en los quirófanos nunca falte el líquido de la vida! Tal vez pensaréis: "ya no necesitamos más voluntarios". Pues por desgracia, aunque son millones, necesitamos más, porque mientras haya una persona que necesite nuestro consuelo y nuestra ayuda, todas las manos son pocas.

Os voy contar una historia que me contó un sacerdote de unos voluntarios que como muchos médicos y personas cualificadas, regalan su tiempo de vacaciones y se van a operar y ayudar en los países más remotos. La historia que os voy a contar es la historia de un grupo de estudiantes que al terminar su curso en junio, por mediación de la parroquia, se fue a pasar el verano a un pueblo remoto del norte del Congo. Llegaron con todas sus ilusiones al pensar que iban a estar tres meses ayudando en lo que les mandasen, pero cuando llegaron el primer día a su destino, vieron una especie de barracón lleno de niños pequeños todos enfermos, todos llorando y acostados en tumbonas. Uno de ellos, al ver ese espectáculo se quedó paralizado, y entonces se le acercó una monja de la madre Teresa y le dijo: "oye, ¿tú a qué has venido aquí, a ayudar o a mirar?", el muchacho reaccionó y contestó: "a ayudar". Y la monja le dijo: "mira, ¿ves aquel niño que llora tan desconsoladamente? Ve hacia él, cógelo y dale todo el amor que puedas", y así lo hizo el chico. Se acercó al niño, lo cogió en sus brazos, le besaba, lo acariciaba, le decía palabras de consuelo al oído, y muy despacito le cantaba canciones infantiles. El niño dejó de llorar, le miró y le sonrió y se quedó dormido. La monja, al ver que se había callado el niño se acercó y le dijo: "ayer lo bautizamos, has conseguido con tu cariño que ya esté en el reino de los cielos", pues el niño había fallecido en aquel instante. Este joven se volcó de tal manera con la ayuda de aquellos pequeños que hizo que el reino de Dios estuviera entre ellos.

Grandes han sido las acciones de los voluntarios a través de los tiempos, yo conozco también la hija de una amiga que cuando terminó su carrera se marchó un año a Colombia para enseñar y dar clase a los niños.

Pero para mí una de las acciones más generosas de un voluntario fue la vida del santo padre Damián. Él se enteró que en la isla de Molokai llevaban a todos los enfermos de lepra y los dejaban allí abandonados a su suerte para que se murieran y no contagiaran a nadie, pues en el S XIX todavía la lepra no tenía cura. Hoy, gracias a Dios, sí, se curan muchos. Y así hizo, se marchó a vivir con ellos. Fue tan dura la labor que realizó hasta ganarse la confianza de tantos enfermos… pero él no desfallecía, les ayudaba, les curaba sus heridas y hacía todo lo posible por aliviarlos.

La prensa de aquella época empezó a hablar del padre Damián, y entonces consiguió que una vez al mes se acercara un barco y les trajera alimentos y medicinas. El padre se acercaba al barco con una barquita, pues nadie se atrevía a bajar a la isla. Y así poco a poco fue mejorando la situación de aquellos leprosos. Todos animaban al padre Damián a que se marchase ya de la isla, pero él nunca abandonó. Hasta que un día fue contagiado de lepra y murió en la isla. El padre Damián supo curar las heridas de los leprosos, pero lo más difícil todavía: les curó el alma. Alcanzaron la paz y la resignación y el reino de Cristo se extendió en aquella isla maldita.

Amigos, demos las gracias a tantos voluntarios que tenemos a nuestro alrededor y recemos por ellos para que tengan fuerza de realizar las misiones que se esperan de ellos. Con todo mi cariño, Lali Maíz.

viernes, 8 de noviembre de 2013

Hablemos de Los Ángeles y de las misiones con sus misioneros.



Después de que Dios creó el mundo creó a los ángeles, a los arcángeles, a los serafines y a los querubines. Ellos son los espíritus más puros después de Dios y su misión es alabar, bendecir y dar gloria a Dios todopoderoso.

Después de ver Dios tantas maravillas que había creado, pensó que tenía que crear al hombre y hacerlo rey de la creación. Él nos creó a su imagen y semejanza, y entonces pensó que sería bueno poner a cada hombre, desde el mismo instante de su concepción hasta el final de sus días, un ángel guardián o ángel custudio para que le protegiera durante toda su vida. Y entonces llenó la Tierra de ángeles para que cada cual tuviéramos el nuestro y que cuando llegara el final de nuestras vidas recogiera nuestras almas y las presentara ante Dios todopoderoso para que fuéramos juzgados. Y allí, si son más las acciones buenas que las malas, pudiéramos disfrutar de la gloria celestial.

¿Cuántas veces hemos dicho: "¡qué suerte hemos tenido, nos hemos salvado de milagro!" o vemos claramente cómo solucionar un problema que nos agobiaba y para el que no encontrábamos solución? Ahí está la respuesta: en nuestro ángel de la guarda. Él nos aconseja y siempre que puede nos libra de los peligros. Amigos, recemos a nuestro ángel de la guarda para que siempre hagamos caso de los consejos que él nos pone en nuestra alma y siempre podamos seguirlos y hacer el bien.

Y ahora os voy a hablar de los misioneros y las misiones.

Hoy el tema que he creído oportuno para que reflexionemos es la labor que realizan los misioneros en las misiones. ¿Quiénes son los misioneros? Los misioneros son personas como nosotros, con sus virtudes y defectos, pero tienen un "algo" especial que los diferencia de nosotros. Y es que ellos han sentido la llamada de Cristo y con dudas o con rapidez han contestado afirmativamente y han dicho: "aquí estoy, Señor. Pongo mi vida en tus manos. Haz de mí lo que quieras, mándame a donde sea, que yo iré con alegría, con abnegación y con sacrificio a ayudar a mis semejantes en todo lo que necesiten y a llevar tu palabra y tu doctrina hasta el fin del mundo". Y después de prepararse su maleta, pequeña aunque llena de proyectos, se dirigen a la misión que les hayan encomendado, y allí se reúnen con otros compañeros o compañeras en lugares increíbles, difíciles, ya sean bosques, selvas, manglares, el altiplano o a orillas de grandes ríos. Y si van por primera vez a esa misión empiezan a construirla, una casa pequeñita con techos de uralita al principio si hace falta, pero luego poco a poco la van ampliando. Ellos se van ayudando de los que por allí viven, de las tribus, los indígenas… y no creáis que es fácil, pues tienen que vencer múltiples dificultades para que vean que ellos vienen en son de paz y para hacer el bien.

Poco a poco la misión va prosperando y colocan una campana. No hace falta que sea grande, pero sí que tenga un sonido bonito para que cada vez que suene los que por allí viven acudan a la misión. Siempre empiezan haciendo una pequeña escuela para los niños, para enseñarles y ampararles. Después ponen un pequeño dispensario para curar a enfermos y a todo el que lo necesite, y se van ganando con todas estas acciones la confianza de los que los rodean, aunque por desgracia hay veces que por fanatismo, incomprensión, miedo o las razones que sean los matan. Pero esa sangre no se pierde. Esa sangre que riega la tierra es la sangre de los mártires que han dado su vida por extender el reino de Dios.

Amigos, la vida está tan difícil, hay tanta soledad, tanta marginación y tanto desamparo que no sólamente hacen falta las misiones allende los mares, sino en nuestras grandes ciudades, donde se han formado unos anillos de pobreza, delincuencia, marginación y grandes suburbios llenos de favelas en los que es dificilísimo poder vivir honradamente. Por eso tenemos que rezar para pedir vocaciones para las misiones.

Ahora nos podemos preguntar nosotros: ¿podemos todos nosotros ser misioneros en algún momento de nuestras vidas? La respuesta es afirmativa, pues de nosotros depende ayudar a nuestro alrededor, bien sea de palabra o de acción, en lo que se necesite. Por eso es bueno ponerse en contacto con las parroquias, porque así ellos nos pueden indicar dónde nuestra ayuda es más necesaria. Pero hay un grupo de personas, entre las que yo me encuentro y muchos de vosotros también os encontraréis, que por motivos de salud, ancianidad o defecto físico (yo soy ciega) no podemos salir a la calle a prestar la ayuda que nos gustaría. Sin embargo en nuestras manos tenemos una fuerza enorme: es la oración.

Tantas horas que tiene el día y muchas veces no sabemos en qué emplearlas, dediquémonos en cuerpo y alma a rezar, a pedir vocaciones y a pedir para que se solucionen todos los problemas que muchos de vosotros escribís en el blog. Yo no hay un solo día que no rece por vosotros para que se os haga la vida más feliz y más llevadera. Los que somos ya mayores nos acordamos de cuando éramos niños y llegaba el día de las misiones y en los colegios nos daban una hucha para que saliéramos por las calles a pedir un donativo para las misiones. Con qué alegría y con qué ilusión tratábamos de llenar cuantas más huchas posibles, pues sabíamos del buen fin que los padres misioneros o misioneras iban a dar del dinero que habíamos recaudado.


Amigos, diréis que soy una pesada siempre pidiendo oración, pero como dijo Jesús: "pedid y recibiréis, y llamad y se os abrirá". Con la esperanza en estas palabras me despido. Con cariño, Laly Maíz.