Hoy día 24 de noviembre es un día grande en la Iglesia Católica.
Es la fiesta de Cristo Rey, la clausura del año de la fe y el final
del año litúrgico.
Queridos amigos, ¿nos hemos parado a pensar qué significa para
nosotros Cristo Rey? ¿Es de verdad el Rey de nuestras vidas?
¿Anteponemos todas nuestras cosas a la voluntad de Cristo Rey? Cada
uno de nosotros daremos una respuesta diferente, pero lo que tenemos
que procurar es entronizar a Cristo Rey en nuestras vidas, y como a
tal Rey ponernos a sus pies y pedirle toda clase de favores y
nosotros ofrecerle toda nuestra vida. Si Cristo Rey reina en nuestra
casa todo marchará de una manera sencilla y maravillosa.
Con el final del año de la fe nos damos cuenta de la cantidad de
frutos espirituales que se están recogiendo y los que poco a poco
irán llegando. ¡Qué idea más maravillosa tuvo Benedicto XVI al
proclamar el año de la fe! ¡Cuántas oraciones hemos rezado todos
los cristianos para que se extendiese la fe por todo el mundo y para
que las personas que dudan reciban la gracia y el don de la fe!
Y ya por último hoy termina el año litúrgico, y el próximo
domingo, si Dios quiere, comienza el adviento. Pero del adviento ya
hablaremos otro día. Hoy nos centramos en la festividad tan grande
que hemos celebrado.
Tenía muchas ganas de un día hacer un gran homenaje a tantas y
tantas personas que forman el voluntariado en todo el mundo.
¿Qué es un voluntario? ¿A qué se dedica, qué es lo que hace? Un
voluntario es una buenísima persona que siente en su corazón unas
ansias locas de ayudar a los demás en las situaciones que sean sin
esperar nada a cambio, sin interés crematístico ninguno ni afán de
lucro. Los voluntarios hacen su vida cotidiana igual que todo el
mundo, pero tienen una diferencia: que en el momento que sienten la
llamada de una desgracia o que necesita alguien de su ayuda, allí se
presentan. Son muchas las desgracias que vemos a lo largo de
nuestras vidas, bien sean terremotos, maremotos, tifones, huracanes,
incendios, inundaciones… Pero todas estas cosas el hombre no las
puede controlar, y cuando por desgracia suceden, ahí están ellos.
Son los primeros que llegan a todas partes con sus manos y sus brazos
extendidos para ayudar, socorrer y salvar a cuantas más personas
mejor. Sin embargo, hay otras clases de desgracias, como accidentes,
descarrilamientos de trenes o hundimientos de barcos, en las que
muchas veces hay intervención del hombre por negligencia, falta de
atención o cualquier otra causa. Aquí en España hemos tenido por
desgracia no hace mucho el descarrilamiento de un tren en Galicia y
tuvimos la explosión de cuatro trenes en la estación de Atocha por
la mano criminal de unos desalmados que pusieron bombas, y murieron
tantísimos inocentes… allí se produjo el milagro. Los voluntarios
aparecieron por todas partes trayendo mantas, almohadas y sacando a
tantos heridos de los vagones del tren como pudieron. Ellos supieron
llevar el consuelo y el socorro a tantas personas heridas.
Otro caso que aquí tuvimos también de ejemplo de voluntariado fue
cuando se hundió un barco llamado Prestige en las costas de galicia
y derramó todo el combustible, pues era un carguero en malas
condiciones, y llegó a las costas en forma de chapapote, la mezcla
de la arena con el agua y el combustible. Y allí acudieron de toda
España gentes de todas las edades para ayudar con sus manos a
limpiar las costas gallegas. ¡Cuánta generosidad! Y así podría
estar contando miles de casos, pero con esto pienso que es
suficiente.
Hay sin embargo otra labor silenciosa y callada, que no tiene tanto
bombo y de la que se enteran menos personas, que realizan a diario
los voluntarios, y es cuando van a las casas a cuidar de los
enfermos, asearlos y limpiarles su vivienda o acompañarles al médico
o hacer sus gestiones. Si no fuera por los voluntarios, el mundo se
pararía. ¡Cuántos de ellos dan su sangre cada x tiempo y se hacen
donantes para que en los hospitales y en los quirófanos nunca falte
el líquido de la vida! Tal vez pensaréis: "ya no necesitamos
más voluntarios". Pues por desgracia, aunque son millones,
necesitamos más, porque mientras haya una persona que necesite
nuestro consuelo y nuestra ayuda, todas las manos son pocas.
Os voy contar una historia que me contó un sacerdote de unos
voluntarios que como muchos médicos y personas cualificadas, regalan
su tiempo de vacaciones y se van a operar y ayudar en los países más
remotos. La historia que os voy a contar es la historia de un grupo
de estudiantes que al terminar su curso en junio, por mediación de
la parroquia, se fue a pasar el verano a un pueblo remoto del norte
del Congo. Llegaron con todas sus ilusiones al pensar que iban a
estar tres meses ayudando en lo que les mandasen, pero cuando
llegaron el primer día a su destino, vieron una especie de barracón
lleno de niños pequeños todos enfermos, todos llorando y acostados
en tumbonas. Uno de ellos, al ver ese espectáculo se quedó
paralizado, y entonces se le acercó una monja de la madre Teresa y
le dijo: "oye, ¿tú a qué has venido aquí, a ayudar o a
mirar?", el muchacho reaccionó y contestó: "a ayudar".
Y la monja le dijo: "mira, ¿ves aquel niño que llora tan
desconsoladamente? Ve hacia él, cógelo y dale todo el amor que
puedas", y así lo hizo el chico. Se acercó al niño, lo cogió
en sus brazos, le besaba, lo acariciaba, le decía palabras de
consuelo al oído, y muy despacito le cantaba canciones infantiles.
El niño dejó de llorar, le miró y le sonrió y se quedó dormido.
La monja, al ver que se había callado el niño se acercó y le dijo:
"ayer lo bautizamos, has conseguido con tu cariño que ya esté
en el reino de los cielos", pues el niño había fallecido en
aquel instante. Este joven se volcó de tal manera con la ayuda de
aquellos pequeños que hizo que el reino de Dios estuviera entre
ellos.
Grandes han sido las acciones de los voluntarios a través de los
tiempos, yo conozco también la hija de una amiga que cuando terminó
su carrera se marchó un año a Colombia para enseñar y dar clase a
los niños.
Pero para mí una de las acciones más generosas de un voluntario fue
la vida del santo padre Damián. Él se enteró que en la isla de
Molokai llevaban a todos los enfermos de lepra y los dejaban allí
abandonados a su suerte para que se murieran y no contagiaran a
nadie, pues en el S XIX todavía la lepra no tenía cura. Hoy,
gracias a Dios, sí, se curan muchos. Y así hizo, se marchó a vivir
con ellos. Fue tan dura la labor que realizó hasta ganarse la
confianza de tantos enfermos… pero él no desfallecía, les
ayudaba, les curaba sus heridas y hacía todo lo posible por
aliviarlos.
La prensa de aquella época empezó a hablar del padre Damián, y
entonces consiguió que una vez al mes se acercara un barco y les
trajera alimentos y medicinas. El padre se acercaba al barco con una
barquita, pues nadie se atrevía a bajar a la isla. Y así poco a
poco fue mejorando la situación de aquellos leprosos. Todos animaban
al padre Damián a que se marchase ya de la isla, pero él nunca
abandonó. Hasta que un día fue contagiado de lepra y murió en la
isla. El padre Damián supo curar las heridas de los leprosos, pero
lo más difícil todavía: les curó el alma. Alcanzaron la paz y la
resignación y el reino de Cristo se extendió en aquella isla
maldita.
Amigos, demos las gracias a tantos voluntarios que tenemos a nuestro
alrededor y recemos por ellos para que tengan fuerza de realizar las
misiones que se esperan de ellos. Con todo mi cariño, Lali Maíz.