martes, 21 de agosto de 2012

La Divina Providencia: San Gerardo Máyela


Queridos amigos internautas, hoy quiero hablaros de la Divina Providencia, para muchos de nosotros La Gran Olvidada. La Divina Providencia nos envuelve, nos ayuda, nos socorre, nos ampara, cuida de nosotros sin que nos demos cuenta. Ella nos protege y nos ayuda a librarnos de todo peligro. Muchas veces a lo largo de toda nuestra vida, nos suceden cosas extrañas o difíciles de superar, y de pronto se resuelven solas. Las personas que no son creyentes, dicen: "¡U y que suerte hemos tenido!", pero los que creemos, decimos:"¡esto ha sido un milagro!”. Esta es la diferencia de reconocer en el mismo hecho el poder de Dios.

En la Divina Providencia tenemos una gran aliada. Ella está esperando que la invoquemos para extender su mano sobre nosotros y ayudarnos. Hay un pasaje en el Evangelio que me gusta mucho, en el que Jesús le dice a sus discípulos: " No os afanéis tanto con las cosas de la Tierra, y mirad a los animales y a las aves del cielo que ni siembran ni recogen el grano y sin embargo mi Padre Celestial, los alimenta y cuida de ellos”. Con estas palabras Jesús no nos quiere decir que no seamos unos vagos y no trabajemos, sino por el contrario que no pongamos todos nuestros empeños y nuestro corazón en las cosas terrenales, si no que nos sirvamos de ellas para servir y alabar a Dios y poder ayudar a los demás y no estar solo pensado en acumular riquezas.

Si hiciéramos cada uno de nosotros un examen de conciencia, nos daríamos cuenta de cuantas cosas y cuantos sucesos milagrosos nos han sucedido durante nuestra vida. A mi me han sucedido muchísimos. Os voy a contar dos que me sucedieron hace unos años y los quiero compartir con vosotros.

Era el mes de Junio de año 1968 cuando yo me puse de parto de mi tercera hija. El alumbramiento fue normal, y nació una niña muy preciosa en nuestra casa, como era la costumbre antiguamente, solo de alumbrar con la comadrona o con el médico si venía el parto mal. Yo tuve la suerte de que mi padre era ginecólogo. Así que él me asistió en el parto de mi hija. Ya estábamos todos tan contentos por haber terminado el parto que empezaron a brindar con champán por la llegada del nuevo miembro a la familia, cuando de pronto me dio un mareo. La comadrona vino corriendo y se dio cuenta de que tenía una gran hemorragia. Era tan grande que hacía falta que me pusieran transfusiones de sangre, y aquí comenzó el problema, pues antiguamente en Marbella no existía ningún hospital y por consiguiente no había banco de sangre. Así que la única solución era llevarme a Málaga que estaba a 60 km con la dificultad que la carretera era antigua y llena de curvas. Mi padre me taponó y mandó venir a la única ambulancia que había en el pueblo para irnos a Málaga. Yo estaba tan mala con la pérdida de tantísima sangre, que durante el trayecto , el chofer quiso correr tanto al ver la gravedad en que yo me encontraba, que reventó la ambulancia y nos quedamos en mitad de la carretera un domingo por la mañana y no pasaba ningún coche, hasta que de pronto llegó una furgoneta de reparto de pan Bimbo. En ella iban dos muchachos, y al ver el caso vaciaron el pan de la furgoneta, lo dejaron en las bandejas en la carretera. Me metieron dentro de ella en un espacio lleno de alambres. Mi padre y la comadrona no hacían más que hablarme ya que yo iba medio inconsciente. Cuando por fin pudimos llegar a Málaga al hospital y me llevaron corriendo al quirófano y estuvieron casi todo el día poniéndome sangre, ya que tal como me la ponían salía, hasta que consiguieron estabilizarme. En ese desconcierto mi padre quiso darle dinero a los chicos de la furgoneta, pero no lo cogieron, él se quedó sin decir nada con el número de la matrícula y al cabo de unos días cuándo había pasado el peligro, escribió un artículo en el periódico de Málaga alabando a esos chicos, ya que gracias a ellos se había salvado la vida de su hija. Al leer la noticia los jefes, le concedieron una medalla aquellos chicos. Amigos, no habéis notado la mano de la Divina Providencia en este suceso, yo lo creo firmemente.

El segundo milagro que os voy a contar fue cuando nació mi cuarto hijo. Entonces estábamos pasando el verano en una casita que teníamos que era pequeña y con muy poco espacio, aunque muy bonita. Yo estaba dándole el biberón a mi hijo que había nacido hacía dos meses, y mi tercera hija, la misma de la que os he contado la anécdota anterior, estaba en el cuarto donde teníamos las camas. Una de las camas quedaba debajo de una ventana, cuando de pronto oí un golpe seco. Yo dejé a mi hijo en la cuna y pensé, ¡Se ha caído!, me asomé por la ventana y la vi en el suelo inconsciente. Se había caído de una altura de una planta. Yo tardé en bajar las escaleras unos segundos y fui rezando a todos los santos con esa angustia que no se la deseo a nadie. Las que sois madres lo comprenderéis. La cogí en mis brazos porque solo tenía tres años, y corriendo en un coche me llevaron a casa de mi padre. Durante todo el camino yo iba rezando a la Divina Providencia y a San Gerardo de Máyela, abogado de los niño. No se me olvidará la cara de mis padres al vernos llegar con la niña ensangrentada. Cuando se enteraron que se había caído por la ventana, corriendo, la miraron por los rayos-X y la curaron de las heridas. Aquí se produjo el milagro porque no se había roto ningún hueso. La niña se despertó tan tranquila. Estos y muchos más milagros de grandes operaciones muy graves y difíciles, a mí y a mi marido y gracias a la Divina Providencia nos ha ayudado en todo momento.

Ahora os quiero poner la vida de San Gerardo Máyela, que es un santo poco conocido pero muy milagroso, al que yo le tengo mucha devoción


San Gerardo Máyela

San Gerardo Máyela es uno de los más extraordinarios taumaturgos del siglo XVIII. Nació el 6 de abril de 1726 en la pequeña ciudad de Muro Lucano, provincia de Potenza, en el reino de Nápoles. Su vida fue muy breve: vivió exactamente veintinueve años, seis meses y siete días, según su primer biógrafo, el padre Tanoría, que descontaría los días incompletos del nacimiento y de la muerte. Pero en tan poco tiempo este buen obrero de Dios levantó un grandioso edificio de santidad.

Su padre, Domingo Máyela, tenía una humilde sastrería de barrio que sacaba la casa adelante; la madre, Benita Calella, ayudaba trabajando en el campo las horas que le dejaban libre las faenas domésticas.

Gerardo fue a la escuela desde los siete años hasta los doce; por su aplicación y buen ejemplo era el preferido del maestro: la doctrina cristiana se la sabía perfectamente, casi antes de comenzar a ir a la escuela.

Cuando tenía doce años perdió a su padre; Benita se quedaba viuda con Gerardo y tres hijas. Había que trabajar para ayudar a la madre; por eso le sacó ésta de la escuela y le puso de aprendiz de sastre con el maestro Martín Pannuto, con vistas a que pudiera establecerse por sí mismo en la que fue sastrería de su padre.

Pannuto era bueno, pero tenía un oficial que era una cosa mala; mal encarado, brutote y de mala entraña. En cuanto se percató que el chiquillo era bueno, manso y que olía a beato se le revolvió la bilis: con cualquier motivo le injuriaba, le abofeteaba y hasta le golpeaba con la vara de medir. Con razón se lee en una lápida de mármol puesta encima de lo que fue sastrería de Pannuto: "Aquí estuvo el taller de Pannuto, del cual hizo Gerardo escuela de virtudes".

Debió de estar hasta los quince años de aprendiz de Pannuto. A esa edad los milagros y las virtudes habían dado al muchacho fama de algo extraordinario: unos decían que era un santo; otros que era un loco. Como en tiempo de Cristo y... como siempre.

El primer milagro conocido es el que tuvo lugar varias veces en la pequeña iglesia de Capodigiano, dedicada a la Virgen de las Gracias.

No tendría Gerardo más de seis años: iba solito a rezar en aquella iglesita de las afueras; el Niño Jesús se bajaba de los brazos de su Madre y jugaba al escondite con el hijo de Benita: ¡cosas de niños! Luego, al despedirse, les daba un pan blanquísimo que puso en la pista a la madre y las hermanas para comprobar el hecho. Ahora la iglesia de Capodigiano es parroquia; la Virgen no es artística, pero tiene una gracia campesina propia del ambiente rural en que vive...

La afición de Gerardo a la oración, al ayuno, a la soledad y a los dolores de la pasión despertó en él desde niño y cada día iban en aumento. La madre se desesperaba al ver que casi no comía y lo poco que tomaba lo mezclaba con hierbas amargas.

A los siete años, sin encomendarse a nadie más que a su amor a Jesús Sacramentado, se acercó a comulgar, pero el cura le puso mala cara y pasó de largo. Gerardo se quejó a Jesús y por la noche le dio la primera comunión nada menos que el arcángel San Miguel. La primera comunión oficial no la pudo hacer hasta los doce años, según costumbre de la época.

Cuando estuvo de aprendiz con Pannuto, el tiempo que no podía dar a la oración por el día lo daba por la noche. Era tío suyo el llavero de la catedral y se lo ganó para que le dejara las llaves, y se pasaba las noches enteras algunas veces. Allá oraba, se disciplinaba, cantaba y dormía; y hasta luchaba con los demonios que le querían asustar. Desde el sagrario le dijo Jesús: ¡Loquillo, loquillo!" Gerardo le respondió: ' Más loco eres Tú, que estás ahí encerrado por mi amor'.

Tuvo la santa obsesión de reproducir en su cuerpo los tormentos de la pasión: tomaba disciplinas de sangre, hacía que otros le azotaran y que le arrastraran los mozalbetes por las calles empedradas de Muro. Lo más difícil era que le crucificaran: pero también lo logró con motivo de representarse en la catedral el viernes Santo cuadros vivos de la Pasión: a los verdugos les rogó que le ataran fuerte para que resultara más al natural.

Su ilusión era hacerse religioso; pero le rechazaban por su aspecto enfermizo, hasta los capuchinos, donde tenía cierta esperanza por ser provincial un hermano de su madre, fray Buenaventura de Muro.

A falta de convento aprovechó la oportunidad para ponerse a servir al obispo de Lacedonia, monseñor Albina, que era muy bueno, pero tenía un genio que no había quien resistiera en palacio más de dos meses. Gerardo, encantado, con tal de huir del mundo y tener una capilla con su Amigo encarcelado, como llamaba a Jesús Sacramentado. Y estuvo unos tres años, hasta la muerte de su señor. Fue célebre el milagro que hizo cuando, al ir a sacar agua del pozo público, se le cayó la llave de palacio dentro del pozo. Para que no se enfadara monseñor descolgó a un Niño Jesús con la cuerda del pozo y el Niño le hizo limpio el mandado, subiendo del pozo con la llave en la mano: todavía se llama aquel pozo el Pozo de Gerardito.

Se puso otra vez a trabajar en varias partes y por fin pudo abrir la sastrería; pero los impuestos se la echaron abajo cuando la Real Cámara, con nuestro Carlos lll, impuso un régimen implacable de tributación.

El año 1749 se le presentó ocasión de forcejear de nuevo por entrar en un convento: fue la misión de Muro predicada por 15 misioneros de los recientemente fundados por San Alfonso María de Ligo rio, dirigidos por el venerable padre Cafaro. Gerardo se pegó a los misioneros con idea de ganárselos para que le admitieran; el padre Cafaro, austero y de voluntad férrea, le diñó una rociada de negativas tajante. Avisada por él la madre encerró a Gerardo el día de la marcha de los misioneros para que no se fuera con ellos; pero saltó por la ventana y los alcanzó y logró su intento. Para quitárselo de encima lo mandó al convento de Deliceto el padre Cafaro, convencido de que no duraría una semana.

Pero se engañó. Creían que, como estaba siempre en oración o en éxtasis, no valdría para trabajar; pero trabajaba por cuatro. Lo cual no le impedía escalar las alturas de la contemplación y de todas las experiencias místicas.

Su obsesión de copiar la pasión de Cristo se hizo más impresionante: eran espantosas las disciplinas de sangre y la crucifixión, ayudado por los criados del convento, a los que convencía para que hicieran de verdugos diciéndoles que no le dolía, sino que sentía mucho gusto.

El teatro de estas escenas solía ser una gruta, o mejor una chabola, que todavía se conserva, aunque casi inaccesible, razón por la cual no puedo describirla en el interior, y que ya en el siglo xv sirvió para los mismos menesteres al Beato Félix Corsano.

A pesar de su altísima oración desempeñaba a la perfección todos los oficios, aunque la sastrería fue siempre su oficina propia. Sobre todo fue el recadista ideal que recorrió los pueblos sembrándolos de milagros, de ejemplos de santidad y de celo de apóstol.

Por amor a la obediencia adivinaba las órdenes o los deseos de sus superiores; la llevaba tan a la letra que había que andar con cuidado; un día en que un superior le dijo la expresión: "Ande y métase en un horno", se metió en el horno del pan y se hubiera achicharrado allí si no le levantan la obediencia.

Simple lego como era se lo disputaban los párrocos, los conventos y los obispos para que fuera a arreglarles los asuntos de las almas. A veces iba con los misioneros ligo ríanos y confesaban éstos que hacía él con sus oraciones y con sus palabras y sus virtudes #a veces con sus milagros# más que todos los misioneros juntos. En los ejercicios que se predicaban en las residencias, Gerardo era un elemento decisivo; descubría con frecuencia las conciencias y no había pecador que se le resistiera. Fue una especialidad suya el enfervorizar los conventos de monjas, a veces bastante relajados, y ganar a muchas doncellas para esposas del Señor. Hay quien ha llamado a esta actividad de su celo su segunda vocación. En una ocasión llevó él mismo de una vez siete doncellas al convento. Con ocasión de sus salidas, para recados, para la postulación o para las misiones, a todas las jóvenes que podía las encaminaba a los conventos como medio para llevarlas a la perfección.

En mayo de 1754 fue víctima de una calumnia por parte de una joven; San Alfonso le llamó y, pareciéndole que la acusación presentaba indicios de verdadera, le impuso severos castigos; el más doloroso, privarle de la comunión. Hasta entonces había estado en residencia en Deliceto; con este vendaval de la calumnia fue de casa en casa sometido a encierro y vigilancia. Cuando, al mes y medio aproximadamente, apareció la verdad por retractación de los autores de la calumnia, le volvió a llamar San Alfonso y le preguntó con emoción: "¿Pero por qué no defendió su inocencia?" Gerardo replicó con dulzura: "Es que la regla prohíbe excusarse cuando reprende el superior". Aquella respuesta conmovió al santo fundador hasta las lágrimas y, entonces, más que por la fama de los milagros, comprendió que tenía un hermanito entre los suyos que era un santo de cuerpo entero.

Del paso por las casas en esta época dejó recuerdo indeleble por sus virtudes y por sus continuos éxtasis y milagros; fue célebre el que hizo en Nápoles metiéndose en el mar con capote y todo, para traer hasta el puerto una barca de la mano, como a una criatura, cuando ya la daban por perdida en un galernas imponente.

Su última residencia fue Materdómini, levantada en un alto sobre el pueblo de Caposele. Inmortalizó la portería con su caridad, que le valió el título de padre de los pobres, que le daban en toda la comarca. Entraba a saco por la despensa, la panadería y la cocina del convento; y cuando los encargados se iban a quejar al superior se encontraban con que había más abundancia que antes. Parecía que jugaba con Dios y su providencia a los milagros; así que el superior, padre Caione, le dejó seguir los vuelos de su caridad. Delante de los pobres se extasió mientras un ciego tocaba la flauta y cantaba una letrilla piadosa. Todavía hoy se conmemora el milagro en la comida a los pobres en Materdómini, servida con frecuencia por algún prelado.

Murió víctima de la obediencia, saliendo a la postulación en pleno verano y con fiebre hética. Tuvo en un pueblo una hemoptisis y volvió a Materdómini deshecho; para morir. Esto era en la segunda mitad de agosto de 1755: el 16 de octubre entregó su alma a Dios. Su enfermedad fue una serie de prodigios; dieron entonces su más vivo resplandor sus grandes amores: la Pasión, la Eucaristía, la Santísima Virgen.

Después de su muerte siguió prodigando los milagros. Su sepulcro es un imán de peregrinaciones. La del año 1955, segundo centenario de su muerte, doy fe de que fue... una locura. Aun cuando la abundancia de milagros hacía esperar su pronta canonización, por circunstancias adversas no llegó hasta el año 1904.

Aunque sin tener una aprobación oficial, se le llama patrono de las madres; ya las primeras imágenes, luego de morir, llevaban la inscripción: Insignis parturientium protector (Insigne protector en el trance de la maternidad).

Para terminar debo declarar que esta semblanza de San Gerardo está sacada de mi Vida de San Gerardo Máyela, documentada y crítica, publicada con motivo de los jubileos gerardinos de 1954 y 1955. Allí puede ver el lector la abundante bibliografía y los archivos consultados en Roma y Nápoles. Por no pasar los límites de esta semblanza, no traslado la nota bibliográfica y el detalle de los archivos consultados, además del abundante de su canonización, archivado en el Archivo de la Postulación de la Congregación del Santísimo Redentor, en la Casa Genera licia de Roma. Pero por ahí puede deducir el lector que todo está basado en documentación auténtica y abundante, y que esta semblanza no es una Florecilla franciscana, aunque la figura del Santo es una tentación para pergeñarla.

Pero ya sabemos que los tiempos hipercríticos en que vivimos no están para ninguna clase de florecillas ni franciscanas ni ligorianas...


Amigos, espero que cada uno de vosotros reconozcáis todas las cosas buenas que la Divina Providencia ha hecho por vosotros, y recordaros que no dejéis de rezar en los tres puntos de oración, a las 7h de la mañana el Santo Rosario a las 12h de la mañana el ángelus y a las 18h un Padrenuestro y un Avemaría, con cariño hasta la semana que viene si Dios quiere.

jueves, 2 de agosto de 2012

Cambio de vida. Juan XXIII



Queridos amigos internautas, en estos tiempos difíciles que nos ha tocado vivir, vemos con tristeza como una gran mayoría de personas viven desorientadas, sin rumbo, sin tener metas que realizar, sin fe y han sacado de sus vidas a Dios , pues han olvidado que el primer mandamiento de la ley de Dios dice amarás a Dios sobre todas las cosas.

Vemos con sorpresa el cambio tan monumental que se ha producido en la vida en estos últimos 50 años. Lo que ha avanzado la ciencia y la medicina desde la Revolución Industrial .Era impensable pensar que el hombre llegaría a pisar la luna. Y que el hombre pusiera satélites de comunicación alrededor de la Tierra y que existiese una estación espacial donde vivieran astronautas, haciendo experimentos para mejorar la calidad de vida de los humanos. También mandando sondas a otros planetas para descubrir si hay vida y agua y saber de qué minerales están formados.

Otro gran avance maravilloso ha sido el sucedido en la medicina, ya sea en la cirugía realizando trasplantes y operaciones inverosímiles con muchísimas dificultades o curando enfermedades que antes eran pandemias para la humanidad.

Las máquinas han ayudado al hombre a mejorar su calidad de vida, ya sean en el campo, en la industria o en la ciudad. Todo esto aun siendo importantísimo y buenísimo, hay personas que se han creído tan poderosos como Dios y piensan que no lo necesitan, y no se dan cuenta que si han realizado todas estas cosas es gracias a la inteligencia que Dios nos dio para que la desarrolláramos para nuestro bien y el de los demás.

Los que tenemos cierta edad, nos damos cuenta de otro gran cambio que se ha producido en la vida y es que los hombres han sustituido la imagen de Dios por “el becerro de oro”; en una palabra, todo gira alrededor del dinero. El dinero es bueno y necesario para vivir bien y mantener a nuestra familia, y darles una buena educación a nuestros hijos. La perversión esta en todas aquellas personas que haciendo mal uso de su poder con engaño y artimañas van robando y engañando a los demás. Una gran parte de la sociedad se ha corrompido por el dinero, desde algunos cargos públicos y políticos que manipulan las leyes para aprovecharse y beneficiarse del esfuerzo de otros muchos. Nos asfixian con los impuestos y nos hacen cada vez la vida más difícil. Pero ha calado tan hondo el engaño entre la sociedad, que también a nivel de pequeñas reparaciones domesticas tratan de engañarte. Se ha instalado la filosofía de que todo vale siempre y cuando uno salga beneficiado sin importarle el daño que le produzca a los demás.

Otro gran problema esta en los medios de comunicación y en especial en la televisión, porque un invento tan maravilloso que nos da compañía, nos divierte y nos instruye. Hay algunas cadenas que hacen mal uso de eso poder y de una manera machacona están ejerciendo una mala influencia sobre los mas débiles y les hacen creer que todo esta permitido con tal de que nos de felicidad. Se ha perdido la honestidad y la vergüenza, las personas hablan sin pudor ninguno, relatando su vida intima y sus miserias. Esto repitiéndolo a diario crea un ambiente de inmoralidad.


Juan XXIII

Amigos hoy os voy a hablar de una manera resumida del gran papa que fue Juan XXIII. Yo tuve la suerte de visitar su tumba. He encontrado un decálogo que el papa escribió en una homilía y me ha emocionado tanto que me gustaría compartirlo con vosotros, pues si lo cumpliéramos seríamos muy felices en esta vida y en la otra.

El Papa juan XXIII sembró bondad a su alrededor, y dejó un pequeño “decálogo “lleno de sabias sugerencias que, como pequeñas semillas pueden dar fruto:

1. Solo por hoy trataré de vivir exclusivamente el día, sin querer resolver el problema de mi existencia todo de una vez.

2. Solo por hoy tendré el máximo cuidado de mi aspecto, no criticare a nadie y no pretender mejorar o corregir a nadie sino a mi mismo.

3. Solo por hoy seré feliz en la certeza de que he sido creado para la felicidad, no solo en el otro mundo, sino en este también.

4. Solo por hoy me adaptare a las circunstancias, sin pretender que las circunstancias se adapten a mis deseos.

5. Solo por hoy dedicare diez minutos de mi tiempo a una buena lectura, recordando que, como el alimento es necesario para la vida del cuerpo, así la buena lectura es necesaria para la vida del alma.

6. Solo por hoy hare una buena acción y no lo diré a nadie.

7. Solo por hoy hare por lo menos una cosa que no deseo hacer, y si me sintiera ofendido en mis sentimientos, procurare que nadie se entere.

    1. Solo por hoy hare un programa detallado. Quizá no lo cumpliré cabalmente, pero lo redactare y me guardare a dos calamidades: la prisa y la indecisión.
9. Solo por hoy creeré firmemente, aunque las circunstancias demuestren lo contrario, que la buena providencia de dios se ocupa de mí como si nadie más existiera en el mundo.

10. Solo por hoy no tendré temores. De manera particular no tendré miedo de gozar de lo que es bello y de creer en la bondad.

Aquí os pongo la vida resumida de Juan XXIII:

Juan XXIII

(Sotto il Monte, 1881 - Roma, 1963) Pontífice romano, de nombre Angelo Giuseppe Roncalli. Era el tercer hijo de los once que tuvieron Giambattista Roncalli y Mariana Mazzola, campesinos de antiguas raíces católicas, y su infancia transcurrió en una austera y honorable pobreza. Parece que fue un niño a la vez taciturno y alegre, dado a la soledad y a la lectura. Cuando reveló sus deseos de convertirse en sacerdote, su padre pensó muy atinadamente que primero debía estudiar latín con el viejo cura del vecino pueblo de Cervico, y allí lo envió.

Lo cierto es que, más tarde, el latín del papa Roncalli nunca fue muy bueno; se cuenta que, en una ocasión, mientras recomendaba el estudio del latín hablando en esa misma lengua, se detuvo de pronto y prosiguió su charla en italiano, con una sonrisa en los labios y aquella irónica candidez que le distinguía rebosando por sus ojos.

Por fin, a los once años ingresaba en el seminario de Bérgamo, famoso entonces por la piedad de los sacerdotes que formaba más que por su brillantez. En esa época comenzaría a escribir su Diario del alma, que continuó prácticamente sin interrupciones durante toda su vida y que hoy es un testimonio insustituible y fiel de sus desvelos, sus reflexiones y sus sentimientos.

En 1901, Roncalli pasó al seminario mayor de San Apollinaire reafirmado en su propósito de seguir la carrera eclesiástica. Sin embargo, ese mismo año hubo de abandonarlo todo para hacer el servicio militar; una experiencia que, a juzgar por sus escritos, no fue de su agrado, pero que le enseñó a convivir con hombres muy distintos de los que conocía y fue el punto de partida de algunos de sus pensamientos más profundos.

El futuro Juan XXIII celebró su primera misa en la basílica de San Pedro el 11 de agosto de 1904, al día siguiente de ser ordenado sacerdote. Un año después, tras graduarse como doctor en Teología, iba a conocer a alguien que dejaría en él una profunda huella: monseñor Radini Tedeschi. Este sacerdote era al parecer un prodigio de mesura y equilibrio, uno de esos hombres justos y ponderados capaces de deslumbrar con su juicio y su sabiduría a todo ser joven y sensible, y Roncalli era ambas cosas. Tedeschi también se sintió interesado por aquel presbítero entusiasta y no dudó en nombrarlo su secretario cuando fue designado obispo de Bérgamo por el papa Pío X. De esta forma, Roncalli obtenía su primer cargo importante.

Dio comienzo entonces un decenio de estrecha colaboración material y espiritual entre ambos, de máxima identificación y de total entrega en común. A lo largo de esos años, Roncalli enseñó historia de la Iglesia, dio clases de Apologética y Patrística, escribió varios opúsculos y viajó por diversos países europeos, además de despachar con diligencia los asuntos que competían a su secretaría. Todo ello bajo la inspiración y la sombra protectora de Tedeschi, a quien siempre consideró un verdadero padre espiritual.

En 1914, dos hechos desgraciados vinieron a turbar su felicidad. En primer lugar, la muerte repentina de monseñor Tedeschi, a quien Roncalli lloró sintiendo no sólo que él perdía un amigo y un guía, sino que a la vez el mundo perdía un hombre extraordinario y poco menos que insustituible. Además, el estallido de la Primera Guerra Mundial fue un golpe para sus ilusiones y retrasó todos sus proyectos y su formación, pues hubo de incorporarse a filas inmediatamente. A pesar de todo, Roncalli aceptó su destino con resignación y alegría, dispuesto a servir a la causa de la paz y de la Iglesia allí donde se encontrase. Fue sargento de sanidad y teniente capellán del hospital militar de Bérgamo, donde pudo contemplar con sus propios ojos el dolor y el sufrimiento que aquella guerra terrible causaba a hombres, mujeres y niños inocentes.

Concluida la contienda, fue elegido para presidir la Obra Pontificia de la Propagación de la Fe y pudo reanudar sus viajes y sus estudios. Más tarde, sus misiones como visitador apostólico en Bulgaria, Turquía y Grecia lo convirtieron en una especie de embajador del Evangelio en Oriente, permitiéndole entrar en contacto, ya como obispo, con el credo ortodoxo y con formas distintas de religiosidad que sin duda lo enriquecieron y le proporcionaron una amplitud de miras de la cual la Iglesia Católica no iba a tardar en beneficiarse.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Roncalli se mantuvo firme en su puesto de delegado apostólico, realizando innumerables viajes desde Atenas y Estambul, llevando palabras de consuelo a las víctimas de la contienda y procurando que los estragos producidos por ella fuesen mínimos. Pocos saben que si Atenas no fue bombardeada y todo su fabuloso legado artístico y cultural destruido, ello se debe a este en apariencia insignificante cura, amable y abierto, a quien no parecían interesar mayormente tales cosas.

Una vez finalizadas las hostilidades, fue nombrado nuncio en París por el papa Pío XII. Se trataba de una misión delicada, pues era preciso afrontar problemas tan espinosos como el derivado del colaboracionismo entre la jerarquía católica francesa y los regímenes pronazis durante la guerra. Empleando como armas un tacto admirable y una voluntad conciliadora a prueba de desaliento, Roncalli logró superar las dificultades y consolidar firmes lazos de amistad con una clase política recelosa y esquiva.

En 1952, Pío XII le nombró patriarca de Venecia. Al año siguiente, el presidente de la República Francesa, Vicent Auriol, le entregaba la birreta cardenalicia. Roncalli brillaba ya con luz propia entre los grandes mandatarios de la Iglesia. Sin embargo, su elección como papa tras la muerte de Pío XII sorprendió a propios y extraños. No sólo eso: desde los primeros días de su pontificado, comenzó a comportarse como nadie esperaba, muy lejos del envaramiento y la solemne actitud que había caracterizado a sus predecesores.

Para empezar, adoptó el nombre de Juan XXIII, que además de parecer vulgar ante los León, Benedicto o Pío, era el de un famoso antipapa de triste memoria. Luego, abordó su tarea como si se tratase de un párroco de aldea, sin permitir que sus cualidades humanas quedasen enterradas bajo el rígido protocolo, del que muchos papas habían sido víctimas. Ni siquiera ocultó que era hombre que gozaba de la vida, amante de la buena mesa, de las charlas interminables, de la amistad y de las gentes del pueblo.

Como pontífice dio un nuevo planteamiento al ecumenismo católico con el Secretariado para la Unidad de los Cristianos y el acogimiento en Roma de los supremos jerarcas de cuatro Iglesias protestantes. Su pontificado abrió nuevas perspectivas a la vida de la Iglesia y, aunque no se dieron cambios radicales en la estructura eclesiástica, promovió una renovación profunda de las ideas y las actitudes.

Su propósito pronto fue claro para todos: poner al día la Iglesia, adecuar su mensaje a los tiempos modernos enmendando pasados yerros y afrontando los nuevos problemas humanos, económicos y sociales. Para conseguirlo, Juan XXIII dotó a la comunidad cristiana de dos herramientas extraordinarias: las encíclicas Mater et Magistra y Pacem in terris. En la primera explicitaba las bases de un orden económico centrado en los valores del hombre y en la atención de las necesidades, hablando claramente del concepto "socialización" y abriendo para los católicos las puertas de la intervención en unas estructuras socioeconómicas que debían ser cada vez más justas.

En la segunda se delineaba una visión de paz, libertad y convivencia ciudadana e internacional vinculándola al amor que Cristo manifestó por el género humano en la Última Cena. Ambas encíclicas suponían una revolución copernicana en la visión católica de los problemas temporales, pues aceptaban la herencia de la Revolución Francesa y de la democracia moderna, haciendo de la dignidad del hombre el centro de todo derecho, de toda política y de toda dinámica social o económica.

Poco antes de su muerte, acaecida el 3 de junio de 1963, Juan XXIII aún tuvo el coraje de convocar un nuevo concilio que recogiese y promoviese esta valerosa y necesaria puesta al día de la Iglesia: el Concilio Vaticano II. A través de él, el papa Roncalli se proponía, según sus propias palabras, "elaborar una nueva Teología de los misterios de Cristo. Del mundo físico. Del tiempo y las relaciones temporales. De la historia. Del pecado. Del hombre. Del nacimiento. De los alimentos y la bebida. Del trabajo. De la vista, del oído, del lenguaje, de las lágrimas y de la risa. De la música y de la danza. De la cultura. De la televisión. Del matrimonio y de la familia. De los grupos étnicos y del Estado. De la humanidad toda".

Se trataba de una tarea de titanes que sólo un hombre como Juan XXIII fue capaz de concebir e impulsar, y que sus herederos recibirían como un legado a la vez imprescindible y comprometedor. Pablo VI, su sucesor y amigo, declaró tras ser elegido nuevo pontífice que la herencia del papa Juan no podía quedar encerrada en su ataúd. Él se atrevió a cargarla sobre sus hombros y pudo comprobar que no era ligera.


Amigos a partir de hoy encendamos cada uno de nosotros un fósforo, para que esa pequeña llama que durante el día a pasa inadvertida pero al encenderla de noche nos sirve para iluminarnos y no tropezar y caernos y tratemos de ser como los apóstoles que Jesús envió a predicar el evangelio. Empecemos a ejercer nuestro apostolado desde nuestra familia y luego ir abriendo el círculo para llegar al mayor numero de personas posibles. Con todo mi cariño hasta la próxima semana.