Queridos amigos internautas, hoy quiero hablaros de la Divina
Providencia, para muchos de nosotros La Gran Olvidada. La Divina
Providencia nos envuelve, nos ayuda, nos socorre, nos ampara, cuida
de nosotros sin que nos demos cuenta. Ella nos protege y nos ayuda a
librarnos de todo peligro. Muchas veces a lo largo de toda nuestra
vida, nos suceden cosas extrañas o difíciles de superar, y de
pronto se resuelven solas. Las personas que no son creyentes, dicen:
"¡U y que suerte hemos tenido!", pero los que creemos,
decimos:"¡esto ha sido un milagro!”. Esta es la diferencia de
reconocer en el mismo hecho el poder de Dios.
En la Divina Providencia tenemos una gran aliada. Ella está
esperando que la invoquemos para extender su mano sobre nosotros y
ayudarnos. Hay un pasaje en el Evangelio que me gusta mucho, en el
que Jesús le dice a sus discípulos: " No os afanéis tanto con
las cosas de la Tierra, y mirad a los animales y a las aves del cielo
que ni siembran ni recogen el grano y sin embargo mi Padre Celestial,
los alimenta y cuida de ellos”. Con estas palabras Jesús no nos
quiere decir que no seamos unos vagos y no trabajemos, sino por el
contrario que no pongamos todos nuestros empeños y nuestro corazón
en las cosas terrenales, si no que nos sirvamos de ellas para servir
y alabar a Dios y poder ayudar a los demás y no estar solo pensado
en acumular riquezas.
Si hiciéramos cada uno de nosotros un examen de conciencia, nos
daríamos cuenta de cuantas cosas y cuantos sucesos milagrosos nos
han sucedido durante nuestra vida. A mi me han sucedido muchísimos.
Os voy a contar dos que me sucedieron hace unos años y los quiero
compartir con vosotros.
Era el mes de Junio de año 1968 cuando yo me puse de parto de mi
tercera hija. El alumbramiento fue normal, y nació una niña muy
preciosa en nuestra casa, como era la costumbre antiguamente, solo
de alumbrar con la comadrona o con el médico si venía el parto mal.
Yo tuve la suerte de que mi padre era ginecólogo. Así que él me
asistió en el parto de mi hija. Ya estábamos todos tan contentos
por haber terminado el parto que empezaron a brindar con champán por
la llegada del nuevo miembro a la familia, cuando de pronto me dio un
mareo. La comadrona vino corriendo y se dio cuenta de que tenía una
gran hemorragia. Era tan grande que hacía falta que me pusieran
transfusiones de sangre, y aquí comenzó el problema, pues
antiguamente en Marbella no existía ningún hospital y por
consiguiente no había banco de sangre. Así que la única solución
era llevarme a Málaga que estaba a 60 km con la dificultad que la
carretera era antigua y llena de curvas. Mi padre me taponó y mandó
venir a la única ambulancia que había en el pueblo para irnos a
Málaga. Yo estaba tan mala con la pérdida de tantísima sangre, que
durante el trayecto , el chofer quiso correr tanto al ver la
gravedad en que yo me encontraba, que reventó la ambulancia y nos
quedamos en mitad de la carretera un domingo por la mañana y no
pasaba ningún coche, hasta que de pronto llegó una furgoneta de
reparto de pan Bimbo. En ella iban dos muchachos, y al ver el caso
vaciaron el pan de la furgoneta, lo dejaron en las bandejas en la
carretera. Me metieron dentro de ella en un espacio lleno de
alambres. Mi padre y la comadrona no hacían más que hablarme ya que
yo iba medio inconsciente. Cuando por fin pudimos llegar a Málaga al
hospital y me llevaron corriendo al quirófano y estuvieron casi
todo el día poniéndome sangre, ya que tal como me la ponían salía,
hasta que consiguieron estabilizarme. En ese desconcierto mi padre
quiso darle dinero a los chicos de la furgoneta, pero no lo cogieron,
él se quedó sin decir nada con el número de la matrícula y al
cabo de unos días cuándo había pasado el peligro, escribió un
artículo en el periódico de Málaga alabando a esos chicos, ya que
gracias a ellos se había salvado la vida de su hija. Al leer la
noticia los jefes, le concedieron una medalla aquellos chicos.
Amigos, no habéis notado la mano de la Divina Providencia en este
suceso, yo lo creo firmemente.
El segundo milagro que os voy a contar fue cuando nació mi cuarto
hijo. Entonces estábamos pasando el verano en una casita que
teníamos que era pequeña y con muy poco espacio, aunque muy bonita.
Yo estaba dándole el biberón a mi hijo que había nacido hacía dos
meses, y mi tercera hija, la misma de la que os he contado la
anécdota anterior, estaba en el cuarto donde teníamos las camas.
Una de las camas quedaba debajo de una ventana, cuando de pronto oí
un golpe seco. Yo dejé a mi hijo en la cuna y pensé, ¡Se ha
caído!, me asomé por la ventana y la vi en el suelo inconsciente.
Se había caído de una altura de una planta. Yo tardé en bajar las
escaleras unos segundos y fui rezando a todos los santos con esa
angustia que no se la deseo a nadie. Las que sois madres lo
comprenderéis. La cogí en mis brazos porque solo tenía tres años,
y corriendo en un coche me llevaron a casa de mi padre. Durante todo
el camino yo iba rezando a la Divina Providencia y a San Gerardo de
Máyela, abogado de los niño. No se me olvidará la cara de mis
padres al vernos llegar con la niña ensangrentada. Cuando se
enteraron que se había caído por la ventana, corriendo, la miraron
por los rayos-X y la curaron de las heridas. Aquí se produjo el
milagro porque no se había roto ningún hueso. La niña se despertó
tan tranquila. Estos y muchos más milagros de grandes operaciones
muy graves y difíciles, a mí y a mi marido y gracias a la Divina
Providencia nos ha ayudado en todo momento.
Ahora os quiero poner la vida de San Gerardo Máyela, que es un
santo poco conocido pero muy milagroso, al que yo le tengo mucha
devoción
San Gerardo Máyela
San Gerardo Máyela es uno de los más extraordinarios taumaturgos
del siglo XVIII. Nació el 6 de abril de 1726 en la pequeña ciudad
de Muro Lucano, provincia de Potenza, en el reino de Nápoles. Su
vida fue muy breve: vivió exactamente veintinueve años, seis meses
y siete días, según su primer biógrafo, el padre Tanoría, que
descontaría los días incompletos del nacimiento y de la muerte.
Pero en tan poco tiempo este buen obrero de Dios levantó un
grandioso edificio de santidad.
Su padre, Domingo Máyela, tenía una humilde sastrería de barrio
que sacaba la casa adelante; la madre, Benita Calella, ayudaba
trabajando en el campo las horas que le dejaban libre las faenas
domésticas.
Gerardo fue a la escuela desde los siete años hasta los doce; por
su aplicación y buen ejemplo era el preferido del maestro: la
doctrina cristiana se la sabía perfectamente, casi antes de comenzar
a ir a la escuela.
Cuando tenía doce años perdió a su padre; Benita se quedaba
viuda con Gerardo y tres hijas. Había que trabajar para ayudar a la
madre; por eso le sacó ésta de la escuela y le puso de aprendiz de
sastre con el maestro Martín Pannuto, con vistas a que pudiera
establecerse por sí mismo en la que fue sastrería de su padre.
Pannuto era bueno, pero tenía un oficial que era una cosa mala;
mal encarado, brutote y de mala entraña. En cuanto se percató que
el chiquillo era bueno, manso y que olía a beato se le revolvió la
bilis: con cualquier motivo le injuriaba, le abofeteaba y hasta le
golpeaba con la vara de medir. Con razón se lee en una lápida de
mármol puesta encima de lo que fue sastrería de Pannuto: "Aquí
estuvo el taller de Pannuto, del cual hizo Gerardo escuela de
virtudes".
Debió de estar hasta los quince años de aprendiz de Pannuto. A
esa edad los milagros y las virtudes habían dado al muchacho fama de
algo extraordinario: unos decían que era un santo; otros que era un
loco. Como en tiempo de Cristo y... como siempre.
El primer milagro conocido es el que tuvo lugar varias veces en la
pequeña iglesia de Capodigiano, dedicada a la Virgen de las Gracias.
No tendría Gerardo más de seis años: iba solito a rezar en
aquella iglesita de las afueras; el Niño Jesús se bajaba de los
brazos de su Madre y jugaba al escondite con el hijo de Benita:
¡cosas de niños! Luego, al despedirse, les daba un pan blanquísimo
que puso en la pista a la madre y las hermanas para comprobar el
hecho. Ahora la iglesia de Capodigiano es parroquia; la Virgen no es
artística, pero tiene una gracia campesina propia del ambiente rural
en que vive...
La afición de Gerardo a la oración, al ayuno, a la soledad y a
los dolores de la pasión despertó en él desde niño y cada día
iban en aumento. La madre se desesperaba al ver que casi no comía y
lo poco que tomaba lo mezclaba con hierbas amargas.
A los siete años, sin encomendarse a nadie más que a su amor a
Jesús Sacramentado, se acercó a comulgar, pero el cura le puso mala
cara y pasó de largo. Gerardo se quejó a Jesús y por la noche le
dio la primera comunión nada menos que el arcángel San Miguel. La
primera comunión oficial no la pudo hacer hasta los doce años,
según costumbre de la época.
Cuando estuvo de aprendiz con Pannuto, el tiempo que no podía dar
a la oración por el día lo daba por la noche. Era tío suyo el
llavero de la catedral y se lo ganó para que le dejara las llaves, y
se pasaba las noches enteras algunas veces. Allá oraba, se
disciplinaba, cantaba y dormía; y hasta luchaba con los demonios que
le querían asustar. Desde el sagrario le dijo Jesús: ¡Loquillo,
loquillo!" Gerardo le respondió: ' Más loco eres Tú, que
estás ahí encerrado por mi amor'.
Tuvo la santa obsesión de reproducir en su cuerpo los tormentos
de la pasión: tomaba disciplinas de sangre, hacía que otros le
azotaran y que le arrastraran los mozalbetes por las calles
empedradas de Muro. Lo más difícil era que le crucificaran: pero
también lo logró con motivo de representarse en la catedral el
viernes Santo cuadros vivos de la Pasión: a los verdugos les rogó
que le ataran fuerte para que resultara más al natural.
Su ilusión era hacerse religioso; pero le rechazaban por su
aspecto enfermizo, hasta los capuchinos, donde tenía cierta
esperanza por ser provincial un hermano de su madre, fray
Buenaventura de Muro.
A falta de convento aprovechó la oportunidad para ponerse a
servir al obispo de Lacedonia, monseñor Albina, que era muy bueno,
pero tenía un genio que no había quien resistiera en palacio más
de dos meses. Gerardo, encantado, con tal de huir del mundo y tener
una capilla con su Amigo encarcelado, como llamaba a Jesús
Sacramentado. Y estuvo unos tres años, hasta la muerte de su señor.
Fue célebre el milagro que hizo cuando, al ir a sacar agua del pozo
público, se le cayó la llave de palacio dentro del pozo. Para que
no se enfadara monseñor descolgó a un Niño Jesús con la cuerda
del pozo y el Niño le hizo limpio el mandado, subiendo del pozo con
la llave en la mano: todavía se llama aquel pozo el Pozo de
Gerardito.
Se puso otra vez a trabajar en varias partes y por fin pudo abrir
la sastrería; pero los impuestos se la echaron abajo cuando la Real
Cámara, con nuestro Carlos lll, impuso un régimen implacable de
tributación.
El año 1749 se le presentó ocasión de forcejear de nuevo por
entrar en un convento: fue la misión de Muro predicada por 15
misioneros de los recientemente fundados por San Alfonso María de
Ligo rio, dirigidos por el venerable padre Cafaro. Gerardo se pegó a
los misioneros con idea de ganárselos para que le admitieran; el
padre Cafaro, austero y de voluntad férrea, le diñó una rociada de
negativas tajante. Avisada por él la madre encerró a Gerardo el día
de la marcha de los misioneros para que no se fuera con ellos; pero
saltó por la ventana y los alcanzó y logró su intento. Para
quitárselo de encima lo mandó al convento de Deliceto el padre
Cafaro, convencido de que no duraría una semana.
Pero se engañó. Creían que, como estaba siempre en oración o
en éxtasis, no valdría para trabajar; pero trabajaba por cuatro. Lo
cual no le impedía escalar las alturas de la contemplación y de
todas las experiencias místicas.
Su obsesión de copiar la pasión de Cristo se hizo más
impresionante: eran espantosas las disciplinas de sangre y la
crucifixión, ayudado por los criados del convento, a los que
convencía para que hicieran de verdugos diciéndoles que no le
dolía, sino que sentía mucho gusto.
El teatro de estas escenas solía ser una gruta, o mejor una
chabola, que todavía se conserva, aunque casi inaccesible, razón
por la cual no puedo describirla en el interior, y que ya en el siglo
xv sirvió para los mismos menesteres al Beato Félix Corsano.
A pesar de su altísima oración desempeñaba a la perfección
todos los oficios, aunque la sastrería fue siempre su oficina
propia. Sobre todo fue el recadista ideal que recorrió los pueblos
sembrándolos de milagros, de ejemplos de santidad y de celo de
apóstol.
Por amor a la obediencia adivinaba las órdenes o los deseos de
sus superiores; la llevaba tan a la letra que había que andar con
cuidado; un día en que un superior le dijo la expresión: "Ande
y métase en un horno", se metió en el horno del pan y se
hubiera achicharrado allí si no le levantan la obediencia.
Simple lego como era se lo disputaban los párrocos, los conventos
y los obispos para que fuera a arreglarles los asuntos de las almas.
A veces iba con los misioneros ligo ríanos y confesaban éstos que
hacía él con sus oraciones y con sus palabras y sus virtudes #a
veces con sus milagros# más que todos los misioneros juntos. En los
ejercicios que se predicaban en las residencias, Gerardo era un
elemento decisivo; descubría con frecuencia las conciencias y no
había pecador que se le resistiera. Fue una especialidad suya el
enfervorizar los conventos de monjas, a veces bastante relajados, y
ganar a muchas doncellas para esposas del Señor. Hay quien ha
llamado a esta actividad de su celo su segunda vocación. En una
ocasión llevó él mismo de una vez siete doncellas al convento. Con
ocasión de sus salidas, para recados, para la postulación o para
las misiones, a todas las jóvenes que podía las encaminaba a los
conventos como medio para llevarlas a la perfección.
En mayo de 1754 fue víctima de una calumnia por parte de una
joven; San Alfonso le llamó y, pareciéndole que la acusación
presentaba indicios de verdadera, le impuso severos castigos; el más
doloroso, privarle de la comunión. Hasta entonces había estado en
residencia en Deliceto; con este vendaval de la calumnia fue de casa
en casa sometido a encierro y vigilancia. Cuando, al mes y medio
aproximadamente, apareció la verdad por retractación de los autores
de la calumnia, le volvió a llamar San Alfonso y le preguntó con
emoción: "¿Pero por qué no defendió su inocencia?"
Gerardo replicó con dulzura: "Es que la regla prohíbe
excusarse cuando reprende el superior". Aquella respuesta
conmovió al santo fundador hasta las lágrimas y, entonces, más que
por la fama de los milagros, comprendió que tenía un hermanito
entre los suyos que era un santo de cuerpo entero.
Del paso por las casas en esta época dejó recuerdo indeleble por
sus virtudes y por sus continuos éxtasis y milagros; fue célebre el
que hizo en Nápoles metiéndose en el mar con capote y todo, para
traer hasta el puerto una barca de la mano, como a una criatura,
cuando ya la daban por perdida en un galernas imponente.
Su última residencia fue Materdómini, levantada en un alto sobre
el pueblo de Caposele. Inmortalizó la portería con su caridad, que
le valió el título de padre de los pobres, que le daban en toda la
comarca. Entraba a saco por la despensa, la panadería y la cocina
del convento; y cuando los encargados se iban a quejar al superior se
encontraban con que había más abundancia que antes. Parecía que
jugaba con Dios y su providencia a los milagros; así que el
superior, padre Caione, le dejó seguir los vuelos de su caridad.
Delante de los pobres se extasió mientras un ciego tocaba la flauta
y cantaba una letrilla piadosa. Todavía hoy se conmemora el milagro
en la comida a los pobres en Materdómini, servida con frecuencia por
algún prelado.
Murió víctima de la obediencia, saliendo a la postulación en
pleno verano y con fiebre hética. Tuvo en un pueblo una hemoptisis y
volvió a Materdómini deshecho; para morir. Esto era en la segunda
mitad de agosto de 1755: el 16 de octubre entregó su alma a Dios. Su
enfermedad fue una serie de prodigios; dieron entonces su más vivo
resplandor sus grandes amores: la Pasión, la Eucaristía, la
Santísima Virgen.
Después de su muerte siguió prodigando los milagros. Su sepulcro
es un imán de peregrinaciones. La del año 1955, segundo centenario
de su muerte, doy fe de que fue... una locura. Aun cuando la
abundancia de milagros hacía esperar su pronta canonización, por
circunstancias adversas no llegó hasta el año 1904.
Aunque sin tener una aprobación oficial, se le llama patrono de
las madres; ya las primeras imágenes, luego de morir, llevaban la
inscripción: Insignis parturientium protector (Insigne protector en
el trance de la maternidad).
Para terminar debo declarar que esta semblanza de San Gerardo está
sacada de mi Vida de San Gerardo Máyela, documentada y crítica,
publicada con motivo de los jubileos gerardinos de 1954 y 1955. Allí
puede ver el lector la abundante bibliografía y los archivos
consultados en Roma y Nápoles. Por no pasar los límites de esta
semblanza, no traslado la nota bibliográfica y el detalle de los
archivos consultados, además del abundante de su canonización,
archivado en el Archivo de la Postulación de la Congregación del
Santísimo Redentor, en la Casa Genera licia de Roma. Pero por ahí
puede deducir el lector que todo está basado en documentación
auténtica y abundante, y que esta semblanza no es una Florecilla
franciscana, aunque la figura del Santo es una tentación para
pergeñarla.
Pero ya sabemos que los tiempos hipercríticos en que vivimos no
están para ninguna clase de florecillas ni franciscanas ni
ligorianas...
Amigos, espero que cada uno de vosotros reconozcáis todas las cosas
buenas que la Divina Providencia ha hecho por vosotros, y recordaros
que no dejéis de rezar en los tres puntos de oración, a las 7h de
la mañana el Santo Rosario a las 12h de la mañana el ángelus y a
las 18h un Padrenuestro y un Avemaría, con cariño hasta la semana
que viene si Dios quiere.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por participar en el grupo de oración.