martes, 28 de enero de 2014

Jesús escoge sus Apóstoles



Queridos amigos:

Con el nacimiento de Jesús, el Mesías prometido desde los tiempos antiguos, comienza una nueva era. Atrás queda el Antiguo Testamento y empieza el Nuevo. Desde este tiempo los años se cuentan antes de Cristo y después de Cristo.

Jesús ya ha sido bautizado. Y con su bautismo se termina el ciclo de Navidad. Ahora la Iglesia abre un paréntesis hasta que comience la cuaresma, y durante este período estamos en el tiempo ordinario.

Han transcurrido los años y aquel niño que nació en Belén ya ha crecido. Ha sido formado en el seno de la Sagrada Familia. En ella ha recibido una formación, le han enseñado un oficio, el de carpintero, y durante muchos años Jesús ha estado ayudando a su padre en la carpintería. Pero lo más importante es su formación espiritual, y en el Templo y en la Sinagoga le han enseñado la Ley de Moisés y todos los escritos y profecías de los profetas.

Ya tiene treinta años. Jesús va a comenzar su vida pública. Ya está preparado para cumplir la misión para la cual vino al mundo, que era enseñarnos su doctrina para que fuésemos redimidos. Pero Jesús no quería realizar esta tarea solo. Quería formar un grupo que fuera con él durante todo el tiempo que viviese entre ellos para que fuesen testigos de todo lo que él hizo y dijo y así nos lo pudieran enseñar a todos los demás. Y no fue a escogerlos a la Sinagoga ni entre los escribas y fariseos, ni entre los hombres más principales de las ciudades, sino por el contrario los buscó por las aldeas, a las afueras de las ciudades y a orillas del lago de Getsemaní. Y encontró lo que quería: hombres recios y fuertes acostumbrados al trabajo duro pero con un corazón limpio. Y así comenzó a andar, y al primero que eligió fue a Pedro y a su hermano Andrés. Y mirándoles a los ojos les hizo la llamada: “venid conmigo, que yo os haré pescadores de hombres”. Y dejaron las redes, abandonaron las barcas y le siguieron.

Después vio a los hermanos Zebedeo, Santiago y Juan, y les hizo la misma llamada, y le siguieron. Y así fue eligiendo uno a uno al resto de apóstoles.

¿Os imagináis qué mirada les echaría Jesús para que dejaran todo, su trabajo, sus vidas y se fueran tras él? Nosotros también en alguno o en muchos momentos de nuestras vidas hemos sentido la llamada de Jesús, pero ¿cómo hemos reaccionado? ¿Hemos sido capaces de poner un cartel en nuestra alma que ponga “prohibido molestar”? ¿O hemos reaccionado con generosidad? Si hemos contestado afirmativamente nos sentiremos útiles, y con humildad le habremos dicho: “Señor, ayúdame para poder entregarme a ti, para ser generosa, para que sea mi persona como arcilla blanda que tú moldees entre tus manos”.

Ahora se me ha venido a la memoria una parábola que Jesús contó a los Apóstoles referente a sentir la llamada de Dios. Decía lo siguiente:

Había un amo con una gran viña. Tan grande que necesitaba braceros para que la trabajasen. Muy temprano al alba se dirigía a la plaza del pueblo, allí escogía un grupo y los contrataba por un denario. Pero era tanto el trabajo que el amo al mediodía, cuando el sol más aprieta y hace más calor, volvió a la plaza y contrató a otro grupo y les dijo lo mismo: que les pagaría al final del día un denario. Y ellos, contentos, se fueron con él.

Ya al caer la tarde, cuando el sol casi se ocultaba, volvió a la plaza y se encontró a un pequeño grupo y les dijo: “¿es que nadie os ha contratdo? Venid conmigo que yo os daré un denario”. Y terminó el día y el amo empezó a pagarles a todos. Empezó por los de la tarde y les dio un denario. Luego a los del mediodía y también les dio un denario. Y cuando llegó al primer grupo, los braceros que pertenecían a él pensaron que recibirían más de un denario, pero el amo les dijo que ellos habían sido contratados por un denario y un denario fue lo que recibieron, igual que los demás.

¿Qué significa esta parábola? Lo que significa es que cada uno de nosotros sentimos la llamada de Jesús en distintas edades de nuestras vidas, unos más jóvenes, otros en la edad madura y los últimos en la ancianidad. Pero el premio, el denario, es el Reino de los Cielos, que para todos es el mismo.

¡Qué difícil es seguir a Cristo! Pues estamos rodeados de tentaciones y de pecados. Algunos horribles y monstruosos, y otro grupo de pecados que parecen menores pero que son como la carcoma, que al igual que esta destruye las casas, estos pecados destruyen nuestra alma, como por ejemplo los pecados de omisión. Estos son todos aquellos en los que tenemos la oportunidad de hacer cosas buenas pero no lo hacemos. O la hipocresía. Jesús decía de los hipócritas que eran como sepulcros blanqueados: los hipócritas tratan de engañar a todo el mundo, pero al final a quien se engañan es a ellos mismos. O los que pecan de soberbia y orgullo, que se creen superiores a los demás y no piensan que a esos a los que desprecian son los mismos que les ayudan a hacerles la vida más fácil. ¿Qué sería el mundo sin esta legión de personas? Ellos con su sudor riegan la tierra, con el trabajo de sus manos la labran y con su inteligencia y su corazón la abonan.

Os voy a contar una historia que contó Jesús a sus discípulos. Había dos hombres, uno fariseo y otro publicano, que entraron en el Templo a rezar. El fariseo, hombre importante, puesto de pie ante el altar, rezaba de esta manera: “gracias, Dios mío, porque soy bueno. Porque no robo, ni mato, cumplo las leyes, pago mis impuestos y no soy como ese publicano”. Y el publicano, de rodillas al final del Templo y sin levantar los ojos del suelo, rezaba así: “perdóname, Señor, porque he pecado”, y lo repetía una y otra vez, y al final decía: “ayúdame y dame fuerzas para no volver a pecar”.

Entonces les dijo Jesús a los apóstoles: ¿cuál de los dos creéis que salió perdonado del Templo? Los discípulos contestaron que el publicano. Y entonces Jesús les dijo: “todo el que se humilla será ensalzado y perdonado, y el que se ensalza será humillado”.

Amigos, meditemos todas estas cosas y no dejemos escapar las llamadas que Jesús nos hace, y con humildad echémonos en sus brazos y digámosle con cariño: “Padre, ayúdanos y perdónanos”. No dejéis de rezar por todos los que lo necesitan y pidámoslo por intercesión de la Santísima Virgen María. Hasta la próxima vez, si Dios quiere. Con todo mi cariño, Lali Maíz.

martes, 7 de enero de 2014

Feliz 2014, fiesta de la Epifanía del Señor y los catequistas nativos.


Queridos amigos,

gracias a Dios, el pasado día 31 mientras nos comíamos las 12 uvas de la suerte con las campanadas del reloj de la Puerta del Sol de Madrid celebramos la llegada del 2014. Todo eran risas y alegrías, besos y abrazos, y todos deseándonos los unos a los otros felicidad y parabienes. Atrás quedaba el 2013 y con un examen de conciencia habíamos reconocido todas las cosas en que habíamos fallado. Entonces hicimos un propósito de tratar de mejorar toda nuestra vida.

Este año que ha comenzado me lo imagino como un libro con 365 páginas que están en blanco, y nosotros durante el curso del año cada día tenemos que escribir en ellas poniendo nuestros triunfos y alegrías, y también nuestros fracasos. Tenemos que darnos cuenta de no cometer los mismos errores que cometimos el año anterior, ya sea pecar de orgullo, vanidad, omisión, o de cualquier otra forma. También me figuro este año que comienza como un niño recién nacido, tierno y hermoso, que durante estos 365 días tiene que crecer y hacerse un hombre y madurar, para que cuando ya llegue el 31 de diciembre a anciano y moribundo pueda ver en la balanza de su vida que son muchas más las cosas buenas que hemos hecho que aquellas en las que nos hemos equivocado.


Epifanía del Señor

Esta es una de las fiestas de más ilusión y alegría que seguimos celebrando a través de los siglos, recordando que el Hijo de Dios se hizo hombre y nació en Belén, y tres Reyes Magos, que no sabemos de qué países eran, vieron brillar una estrella en el cielo y se pusieron en camino sin temor a los sacrificios y dificultades con ese afán de seguir su rastro y ver a dónde les llevaba. ¡Y llegaron a Belén! La estrella se posó encima de un pesebre y cayendo de rodillas los Reyes adoraron al niño llevándole tres regalos: oro como Rey, incienso como Dios y mirra como Hombre. Con estos tres regalos querían anticipar lo que sería su vida.

No hay cosa más hermosa que ver a los niños la víspera de Reyes mirando las cabalgatas. ¡Qué griterío en la calle! ¡Cuántas risas y voces todos gritándoles pidiéndoles regalos! Y los Reyes echándoles caramelos. Noche mágica donde las haya. Todos están nerviosos, cenan rápido para acostarse pronto y se tapan la cabeza con las sábanas para que les entre pronto el sueño, pues les dicen sus padres que si no están dormidos, los Reyes pasarán de largo.

Os voy a contar una cosa personal que me sucedió hace muchos años. Había sido un año malo y teníamos muy poco dinero, solamente habían nacido mis dos primeras hijas, y llegó la noche de Reyes. Mis hijas pidieron muñecas, cochecitos... pero no teníamos dinero para poner esas cosas y tan sólo pusimos unos cuentecitos, unos recortables y unos lápices de colores. Nunca olvidaré la cara de tristeza de mis hijas cuando por la mañana vieron que no había ningún juguete. Pero sonó el teléfono y eran las voces de mis padres, y mi madre dijo que se pusieran las niñas al teléfono, que les quería decir una cosa, y era que vinieran corriendo a su casa, que los Reyes se habían equivocado de sitio y allí les habían dejado muchísimos juguetes. ¡Ay, amigos! ¡Qué abrazo les di a mis padres! Nosotros no habíamos querido decir nada por no preocuparlos, pero ellos se lo imaginaban. Al ver las caras de mis hijas contemplando los juguetes, cómo les brillaban los ojos y las sonrisas tan expresivas en sus caritas, sentí la felicidad más grande del mundo. En ese momento comprendí que ningún niño se debe quedar el día de Reyes sin un regalo.


 Los catequistas nativos

Este segundo domingo después de Navidad la Iglesia celebra la fiesta de los catequistas nativos. Ellos son las personas que ayudan a los misioneros en todos los pueblos y aldeas para hacer más fácil su labor. Estos catequistas nativos me recuerdan a la misión que hizo San Juan Bautista de preparar el camino para cuando Jesús empezara su predicación y su vida pública. Ellos son el puente que une a los nativos con los misioneros, conocen su lengua, sus costumbres, los conocen a todos y hacen que no desconfíen de los sacerdotes. Son estrellas que brillan con luz propia, como brilló la estrella de los Reyes Magos. Y estas luces en tantos pueblos, aldeas y ciudades hacen que cada vez el mundo sea más habitable.

Amigos, recemos como dice el Papa Francisco por la paz en el mundo y hagamos que todos nosotros seamos capaces de construir la paz, pues la paz hay que trabajarla. Y que se note que a nuestro alrededor no haya rencillas ni malos modos ni daño a ninguno. Que de una vez por todas seamos capaces de ver a Jesús en todos los que nos rodean, reírnos y disfrutar con los que están alegres y felices, y consolar y acompañar a los que están tristes.

Y ahora, para terminar, como siempre os digo, no dejemos de rezar. Pidamos con ganas que este año que ha comenzado sea un año que marque un hito en la historia. Que con nuestras buenas voluntades consigamos que sea un mundo mejor y que recemos mucho por todos los que piden una oración.

Con todo mi cariño, Lali Maíz.