Queridos amigos internautas, por causas ajenas a mi voluntad he
estado todo este tiempo sin ponerme en contacto con vosotros. Pero al
fin tengo la oportunidad y lo hago de nuevo. Durante este tiempo, he
estado pensando el tema que iba a elegir y finalmente me he decidido
por hablaros de la falta de comunicación que tenemos los seres
humanos unos con otros.
La incomunicación yo la considero como una enfermedad, como una
lacra que nos va invadiendo inexorablemente poco a poco, y nos va
alcanzando a todos ya seamos jóvenes o adultos. La incomunicación
es como si fuera aceite derramado, o una espesa y densa niebla que se
va colando por puertas y ventanas envolviéndolo todo y haciendo que
todas las cosas de nuestro alrededor desaparezcan de nuestra vista y
nos quedemos nosotros solos aislados en un mundo irreal. Eso es la
incomunicación para mí.
Yo me pregunto: ¿Cómo hemos llegado a esta situación?, ¿Qué nos
ha pasado para hacernos cambiar de esta manera? El hombre siempre ha
sido un ser muy comunicativo. Ahora por circunstancias raras de la
vida, el hombre se ha vuelto egocéntrico, solitario y prepotente.
En una palabra, se cree autosuficiente y que no necesita nada de los
demás. Por ello muchos hombres piensan que ellos se bastan solos y
que no necesitan de nadie para resolver todos sus problemas. Esto es
un grave error y ha hecho que el hombre sea cada vez más solitario.
Si alguna vez en ciertas circunstancias de la vida el hombre
necesita pedir auxilio a otras personas para que les demuestren
cariño, o una ayuda ya sea en el dolor, en la tristeza o en la
alegría, cuando tiene que abrir su corazón a los demás para pedir
auxilio siente un falso pudor y vergüenza y entonces duda si
comunicarse o no con los demás, si callar o no callar. Cuando por
fin se decide a hablar con un amigo, un familiar o alguien que lo
quiera escuchar, observa que no todo el mundo le presta la debida
atención ya que muchas veces los hombres nos hemos vuelto egoístas
y cuando nos estamos hablando no prestamos la atención que se
merece el que nos está hablando y lo oímos como una cantinela, como
un runrún, como el agua del río o como cualquier otro ruido cansino
que se nos ocurra. Por el contrario si nos pusiéramos a escuchar
atentamente, que gran diferencia habría.
Al hacer el acto de escuchar, ponemos todas nuestras potencias,
nuestra alma, nuestro entendimiento, corazón o cariño, al servicio
del amigo o de la persona que solicita nuestra ayuda. Entonces se
establece una comunicación entre la persona que habla y la persona
que escucha que se crea un vínculo que hace que al que hable se
desahogue y se sienta comprendido. El que escucha siente la
necesidad de poderle hablar y consolar en lo que él pueda al otro
y al final los dos se sienten satisfechos de haber mantenido esa
conversación entre los dos. Así vemos el milagro de la
comunicación. Esto es por lo que tenemos que luchar y trabajar todos
para hacer que cada día podamos ir venciendo esas barreras que se
van levantando alrededor nuestro y que poco a poco nos van asfixiando
y apretando y hacen que nos sintamos cada vez más angustiados sin
saber como superarlo.
Yo soy ya bastante mayor como todos sabéis, y recuerdo con
añoranza como era antes mi vida, y diréis ¿a nosotros que nos
importa como era antes tu vida? Voy a contar a grandes rasgos como
vivíamos hace ya aproximadamente sesenta o sesenta y cinco años.
Recuerdo el contacto que teníamos mis padres y mis hermanos unos
con otros. ¡Cómo se vivía en la casa de mis padres!, que paz, que
orden, que tranquilidad había en aquel hogar. No quiero decir con
esto que todo fuera perfecto, porque perfecto no hay nada en la vida,
pero si casi perfecto. Había un respeto grandísimo hacia nuestros
padres y mayores. Era impensable que los hubiéramos tratado como
muchos jóvenes tratan hoy a sus padres.
Como sabéis mi padre era medico y vivíamos en una casa que era muy
grande. La casa tenía muchas comodidades para aquel tiempo, aunque
si lo comparamos a como vivimos hoy no eran tantas. Nos sentíamos
afortunados de pertenecer a esa familia. Cuando he estado pensando
en lo que iba a escribir, he hecho como una especie de película en
mi cabeza con momentos de mi infancia, de mi juventud y de cuando
llegó al momento en que me casé y formé mi propia familia.
Uno de mis mejores recuerdos es cómo se respetaba la hora de las
comidas .Era todo un ritual. Era algo maravilloso. Todos acudíamos
a la hora que se había establecido para la comida, y nadie faltaba a
la cita cuando éramos pequeños. La cosa cambiaba un poco cuando ya
éramos más mayores y teníamos nuestras obligaciones. Si alguno
iba a llegar tarde, avisábamos a mi madre y ella nos decía que no
nos preocupáramos. Recuerdo la imagen de todos sentados en el
comedor: mi padre sentado en su sillón, a su derecha mi madre y a su
izquierda mi abuela, la madre de mi padre que vivía con nosotros
largas temporadas. El resto de nosotros nos sentábamos alrededor
de la mesa como dice la canción: como brotes de olivo alrededor de
la mesa. Entonces mi madre se ponía de pie cuando ya estaba la
comida servida y humeante en la mesa y procedía a bendecir la mesa.
Siempre decía la misma oración: “te damos gracias Señor por
estamos aquí todos reunidos, bendice estos alimentos que vamos a
tomar por tu generosidad y haz que no falte en ningún hogar de la
Tierra”. Cuando terminaba se santiguaba en el nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo y todos hacíamos lo mismo. Ella
poseía un don especial para repartir la comida. Antes de que la
comida fuera al comedor, dejaba servida la comida en la cocina para
los que trabajaban en la casa. Ella nos repartía a cada uno nuestra
ración, y a todos hacía que les tocara de todo. Tenía tanto
arte, que siempre dejaba algo de comida en la fuente para que alguien
pudiera repetir si es que tenía más hambre. Ese mismo don lo ha
heredado mi hija Rocío. ¡Ay amigos que imagen! .Soy ya una vieja
y no la he olvidado. Cuando fuimos más mayores, hablábamos de todos
los temas, pero siempre con respeto. En la mesa nunca se discutía.
La mesa era sagrada. Mi madre decía que la mesa era sagrada como la
del Señor. La mesa es el símbolo en nuestra religión de la
Eucaristía. Vivíamos en aquel ambiente tan maravilloso y todas
aquellas cosas que viví de pequeña con mis padres, hermanos y
familiares no se olvidan. La casa de mis padres siempre estaba
abierta. Todo el mundo que quería podía entrar en ella y en la
cocina siempre había mas gente comiendo que los que allí vivíamos,
y siempre había comida para todos. Nunca les cerraron las puertas a
nadie. Era hermoso como llevaban ellos su hogar. Allí nos sentíamos
fuertes y seguros. Era como si un paraguas nos protegiera de todo.
Cuando vivían mis padres, todos los problemas se solucionaban
rápidamente. Si había alguno enfermo, cuando entraban en la
habitación era como un relax, ya sabíamos que nada malo nos iba a
pasar. Esto mismo ocurrió cuando me casé. Todos los días me
llamaban por teléfono y me preguntaban si todos estábamos bien, si
los niños estaban en el colegio, que habíamos cenado, etc. Si
alguno estaba enfermo o tenía fiebre, o cualquier otra cosa, me
decían lo que tenía que hacer. Y entonces al cabo de un ratillo,
aparecía mi padre en mi casa con su maletín. Yo le decía ¿para
qué te has molestado en venir papa? Y él decía que tenía que ver
a sus nietos igual que hacía con cualquier enfermo. Se me saltan las
lágrimas solo de recordarlo.
Cuando iba yo a visitarlos y estaban en el despacho, yo llamaba con
los nudillos y al decir que era yo, esa sonrisa de mis padres al
verme es lo que más recuerdo. Esa satisfacción que sentían ellos
al verme y veían con el cariño que yo los miraba no se me ha podido
olvidar.
Ahora pasa lo siguiente: la vida ha cambiado tantísimo. Hay muchos
avances, todo ha mejorado tantísimo en el mundo. Gracias A DIOS
vivimos mejor que antes (hay que reconocerlo).En las casas hay mucho
confort aunque por desgracia en algunas falta, pero en la mayoría de
las casas hay agua, luz, cuartos de aseo, electrodomésticos. Hay
algunas personas que lo han estropeado, porque han antepuesto todos
estos adelantos sobre todo la televisión, el ordenador e internet a
la familia. Ahora la gente se aísla, se mete cada cual en su
dormitorio y hace una vida aparte paralela a la de la familia. Ellos
juegan, hablan, se conectan y chatean con amigos y extraños y no se
comunican con los que ellos viven. Para mi es como vivir un mundo de
fantasía y aislados en sus cuartos .Internet nos da la posibilidad
de hablar con personas de cualquier parte del mundo, ver países que
nunca podremos visitar ,etc. Pero hay que tener mesura, ya que cuando
usamos algo demasiadas horas, nos perjudica. Siempre tiene que haber
un tope para poder estar con la familia, ya que sino la familia se va
empequeñeciendo y cada vez hay menos comunicación y entonces cada
uno va por un sitio diferente.
Cuando los hijos son mayores y viven en la casa con los padres (cosa
que es cada vez mas normal verlo) por la falta de trabajo, la crisis,
etc. Ellos se van aislando, no quieren que se les pregunte, que
opinemos y que nos metamos en su vida privada. Yo lo entiendo ya que
tienen edad de vivir independientes, pero lo que realmente pasa es
que las madres nos sentimos cada vez mas solas. Os voy a poner un
ejemplo: Yo veo como todos los días ponemos la mesa y siempre falta
alguien a la hora de comer. Menos mal que algunas veces si nos
reunimos todos porque si no esto sería tristísimo. La mayoría de
los días mi marido no viene a comer, mis hijos por distintas
circunstancias ya sea porque no pueden o porque quieran comer antes,
o después o porque no quieran, lo cierto es que la que se queda en
la mesa sentada y sola soy YO, la madre. Y pienso ¡qué triste! Por
fuera sonriendo, la sonrisa nunca me falta de la boca, pero por
dentro mi corazón llora, lo tengo partido, me siento sola, aunque
disimulo. Y pienso que la cosa no tiene arreglo, porque cuando digo
algo se enfadan, y dicen que quiero manipular, que quiero
entrometerme, entonces me callo y sonrío. Lo único que me queda
es rezar. Yo en el rezo y en la oración pongo todo mi empeño.
Siempre que puedo me pongo a rezar, por mis hijos, por mi marido, por
que tengan salud, porque tengan trabajo, porque se lleven bien, pero
también rezo por los hijos de los demás y rezo por todos vosotros,
los que formamos este blog. También rezo porque Jesús extienda su
mano y nos ayude a salir de todo esto. Yo comprendo que la gente
joven, como no ha vivido todas las cosas antiguas, no lo comprenden,
pero los que somos mayores y hemos conocido otros tiempos nos damos
cuenta de lo diferente que es el trato que hay hoy en día entre
padres e hijos. Con todo esto no quiero decir que sean malos ni
mis hijos ni los de los demás, sino que la vida que tenemos
marcha de esta manera que es diferente. La televisión tampoco ayuda
ni las circunstancias de la falta de trabajo pero hay que adaptarse y
sacar cada uno de nosotros mismos lo mejor y en lugar de poner mala
cara siempre es mejor sonreír. Si uno sonríe por lo menos cuando
te den un beso será con alegría ya que si tienes mala cara la gente
se alejará de ti. Con sonrisas los iras atrayendo y comprenderán
que su madre y su padre han hecho todo lo que han podido por ellos,
por ayudarlos y porque cada día se sientan mas queridos. Por eso
cuando le rezo a Jesús le digo “Ay padre mío ten misericordia,
ábreme tus brazos y ayúdame. No te canses nunca de ayudarme,
extiende tu mano misericordiosa. Haz que seamos cada día mejores,
haz que luchemos y que seamos caritativos con los demás. Te lo pido
a través de tu madre. Me voy a conchabar con ella,”ay María” me
pongo en tu lugar. Cuando un hijo te pide una cosa, procuro ayudarlo.
Pues lo mismo hago contigo. Te pongo de escudo para que le pidas a tu
hijo que me ayude y ayude a tantos otros que necesitan tu amparo. “Ay
María que hermosa eres, Virgen del Carmen bendita, no nos abandones
nunca, extiende tu escapulario y con él sácanos de todos los apuros
que tengamos, en las enfermedades y en las tristezas y por mediación
de tus santos y de tus ángeles Padre mío haz que tu reino brille,
y se extienda por toda la Tierra que tan hermosa creaste y que los
hombres algunas veces estropeamos. Padre mío te pido perdón por
todas las cosas malas que haya hecho y te pido ayuda para cada día
sea un poquito mejor. Amigos hoy no sé lo que pensareis al leer
esto, pero os digo de verdad que lo he hecho con todo mi corazón.
Quisiera que entre todos nos comunicáramos y que lo intentáramos
con sonrisas, con abrazos. Cada cual con lo que elija, pero que nadie
tire la toalla. Y si no podemos entonces rezar. La oración todo lo
alcanza. Hasta la semana que viene si puede y sino hasta que Dios
quiera.