Noviembre. Mes en que recordamos, rezamos y visitamos a nuestros más
queridos difuntos.
El otoño nos ha llegado. Los días son más cortos. La luz es más
tenue y la suave lluvia y el frío nos empiezan a acompañar. Algunos
árboles nos muestran su más cruda desnudez en ramas y troncos. Y
por el contrario otros cambian el verde follaje de sus hojas y se
visten de vivos colores en tonos amarillentos y rojizos que dan a
nuestros campos y jardines un ambiente melancólico. El olor a las
castañas asadas perfuma nuestras calles y al caminar sentimos bajo
nuestros pies el leve crujido de hojas secas que forman una leve
alfombra.
Queridos amigos internautas,
en este ambiente de relax he recordado la figura de Santo Domigo de
la Calzada, vida ejemplar y de grandes milagros. Santo Domingo era un
hombre de pocos estudios pero muy inteligente, de grandes virtudes
que lo envolvían, como por ejemplo la sencillez, la humildad, la
pureza y la honestidad, el espíritu de trabajo, la abnegación... en
una palabra: dedicó toda su vida al servicio de los demás, fue un
gran santo.
Sobre tantas virtudes hay dos que para mí destacan de una manera
especial. Son la sencillez y la humildad, dos palabras con sentido
distinto pero que en él se complementaban perfectamente. Hombre
sencillo, no le daba importancia a ninguno de los actos que
realizaba, ni a las grandes empresas que realizó huyendo siempre de
alabanzas y de lisonjas. Siempre él todo lo hacía de una manera
sencilla y humilde. Esta era otra de sus grandes virtudes. Él supo
realizar en su persona todas las enseñanzas que Jesús dijo a sus
Apóstoles cuando les decía “sed humildes como yo soy con
vosotros”, “el que quiera ser el primero, que sea el último”,
“aquí hemos venido a servir y no para que nos sirvan”. Y he
recordado la parábola del banquete cuando entraban todos los
convidados a la sala para celebrar la boda y había algunas personas
que se colocaban en los primeros puestos y se exponían a que el
dueño de la casa los levantase y les dijese “poneros más para
atrás que estos asientos están reservados para gente más
importante y principal” y tener que pasar la vergüenza de
cambiarse de sitio. Por el contrario si nos sentamos al final de la
sala, al vernos, el dueño de la casa vendrá y nos dirá: “amigo,
este sitio no te corresponde. Ven aquí a mi lado”.
Otro gran ejemplo de humildad nos dio Jesús la noche de jueves santo
después de instituir la Sagrada Eucaristía cuando cogió una
palangana llena de agua y una toalla y empezó a lavarles los pies a
los discípulos. Con este signo quiso decirles Jesús que el que se
humilla será ensalzado, y que no tengamos reparo en servir a los
demás. Y que esta agua purificadora al lavar los pies significaba
que lavaba nuestra alma.
Yo sabía de la existencia del Santo, pero de una manera vaga, sin
saber toda su historia. Pero iba yo de viaje con mi marido por
tierras riojanas cuando llegamos a la ciudad de Logroño. Al ser
domingo fuimos a una preciosa iglesia a oír misa. Y cuando estábamos
sentados en el banco oímos el canto de unos gallos y el cacarear de
unas gallinas dentro de la iglesia. Nos miramos sin comprender nada y
a los pocos minutos se volvió a repetir. Los gallos volvieron a
cantar. Entonces yo le dije a mi marido “esto es que se han colado
en la iglesia unos gallos y gallinas”, pero me extrañó que todo
el mundo estaba quieto y nadie se sorprendía. Y al oír toda nuestra
conversación, una mujer que estaba a mi lado nos dijo “en esta
iglesia, en la cripta, está enterrado Santo Domingo de la Calzada, y
en su honor, para conmemorar uno de los grandes milagros que hizo,
siempre hay gallos y gallinas en la iglesia”. Y dijo: “miren a lo
alto de esa columna y verán que hay una puerta y una gran jaula con
gallos y gallinas. Desde que el Santo hizo el milagro están en la
iglesia para recordarlo”. Y nos contó la historia que a
continuación os pongo:
“Cuenta la tradición que entre los muchos peregrinos compostelanos
que hacen alto en esta ciudad para venerar las reliquias de Santo
Domingo de la Calzada, llegó aquí un matrimonio alemán con su hijo
de dieciocho años llamado Hugonell, procedente de Ad Sanctos (Xanten
en la diócesis de Münster, pero hasta 1821 del Arzobispado de
Colonia).
La chica del mesón donde se hospedaron se enamoró del joven
Hugonell, pero ante la indiferencia del muchacho, decidió vengarse.
Metió una copa de plata en el equipaje del joven y cuando los
peregrinos siguieron su camino, la muchacha denuncio el robo al
Corregidor.
Las leyes de entonces (Fuero de Alfonso X el Sabio) castigaban con
pena de muerte el delito de hurto y una vez fue prendido y juzgado,
el inocente peregrino fue ahorcado.
Al salir sus padres camino de Santiago de Compostela, fueron a ver a
su hijo ahorcado y, cuando llegaron al lugar donde se encontraba,
escucharon la voz del hijo que les anunciaba que Santo Domingo de la
Calzada le había conservado la vida. Fueron inmediatamente a casa
del Corregidor de la Ciudad y le contaron el prodigio.
Incrédulo el Corregidor contestó que su hijo estaba tan vivo como
el gallo y la gallina que él se disponía a comer.
En ese preciso instante el gallo y la gallina saltando del plato se
pusieron a cantar.
Y desde entonces se dicen los famosos versos:
SANTO DOMINGO DE LA CALZADA
DONDE CANTO LA GALLINA DESPUÉS DE ASADA”
Amigos, cuando terminó la misa visitamos la cripta en la se
encontraba la tumba del santo. Con gran devoción le rezamos y nos
encomendamos a él. Espero que vosotros los que tengáis
posibilidades de visitarlo lo hagáis, y los que no le recéis, pues
es muy milagroso. Y ahora me despido amigos, hasta la semana que
viene si Dios quiere, que nunca dejéis de rezar.
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