martes, 20 de diciembre de 2011

¡Feliz Navidad!


Queridos amigos internautas, en estas fiestas navideñas no quiero que os falte mi felicitación de Navidad y desearos con cariño a todos los que formamos este grupo de oración toda clase de bendiciones de felicidad y de suerte.

Ahora es tiempo de júbilo y de alegría. Atrás han quedado los días del Adviento en lo que nos hemos estado preparando y limpiando el camino que nos conducía hacia el portal. ¡Cuanto esfuerzo realizado!, pero si aún en ese camino nos queda alguna maleza o piedra que nos impida ver la sonrisa del divino niño aún estamos a tiempo de rectificar.

Se me ha ocurrido que estas navidades podíamos hacer un esfuerzo como si fuesen las últimas navidades de nuestras vidas y volcarnos en hacer felices y ayudar a todos los que nos rodean. ¡Hay tanta tristeza tanta soledad y tanto sufrimiento en este mundo!, que debemos pensar cuanta gente sola está en las cárceles, sanatorios o residencias de ancianos que están esperando que alguien los visite y les lleve una sonrisa. Si es que no podemos nosotros realizarlo, recemos para que otros que tenga la oportunidad lo puedan realizar.

He estado recordando alguna de las navidades de mi vida, pero hay una que brilla con luz propia y que destaca sobre todas las demás, y esa fue la navidad de 1979. Os voy a contar esta pequeña historia que me sucedió. Era verano y estaba yo embarazada de cinco meses de mi último hijo, cuando una noche se me presentó una gran hemorragia, con el consabido susto, me trasladaron al sanatorio de Málaga, para tratar de salvar a mi hijito y allí, aunque os parezca increíble, permanecía durante tres meses en el hospital.

Al principio estaba desesperada, lloraba al recordar a mis cuatro hijos con mi marido solo, con mi madre y yo sin poder estar con ellos. Pero poco a poco me fui serenando y aprendí que no tenía que mostrar tristeza alguna delante de los demás para que ellos no se sintiesen mal.

Fue una época muy dura en mi vida. Era la enferma más antigua de toda la planta de maternidad. Conocía a las enfermeras, a los médicos..., pero todo desde mi cama, pues no me podía levantar. Y poco a poco se fue produciendo un milagro, pues empecé a rezar y a preocuparme por todas las compañeras que venían a tener sus hijos y por el resto de enfermos. Y les decían que mientras estaban en el parto yo estaba rezando por ellas. Se creo un ambiente de amor en aquella habitación que personas que no conocía de nada, todos venían a saludarme y a darme su apoyo. Y entonces me empecé a dar cuenta que cuando uno está en un hospital es muy importante recibir visitas.

Tenía que organizar mi tiempo, pues veinticuatro horas en una cama durante tres meses es mucho. Les dije que me trajesen un blog y un bolígrafo. Así podría escribir las sensaciones, pensamientos, visitas, etc, en una especie de diario. Con estas cosas y una pequeña radio transcurrieron todos estos días, pero hay una persona que nunca podré olvidar en mi vida, que me hizo la caridad más grande que nunca me ha hecho nadie. Se llama Luci y era sobrina de Salvadora, una querida amiga de la familia desde mi infancia, y su tía le dijo: “Luci, está allí Lali sola, si quieres ve algún día a verla.” Y se produjo el milagro, todos los días mientras estuve en el sanatorio, antes de recoger a sus hijos al colegio, venía media hora y me traía un vaso de leche. Nunca podré olvidarlo, esperaba con ansiedad todos los días la hora en que venía y congeniamos de tal forma, que nos hicimos grandes amigas y confidentes. Los domingos por la mañana, como los niños estaba con su marido, se venía un poquito más. Comulgaba con migo a la hora que el sacerdote traía la comunión y me traía chocolate con churros. ¡Hay amigos! Cuanta gente buena hay en el mucho, todo lo que hagamos por los demás aunque parezcan cosas insignificantes, para el que las recibe son maravillosas.

Y llegó el otoño y mi hijito ya tenía ganas de nacer, ya no quería esperar más. Tenía ganas de que lo cogiera en mis brazos y nació antes de tiempo pero bien. Y yo cuando hablaba con él, le decía: “Hijo aguanta un poquito, después de lo que hemos pasado, agárrate en mis entrañas y espera un poquito más.” Pero la verdad es que los dos teníamos ganas de vernos.

Yo había hecho la promesa de que si mi hijo nacía bien intentaría por todos los medios del mundo bautizarlo en la noche de noche buena, durante la misa del gallo. Y después de muchos avatares lo pude conseguir. Me decían: “Estás loca, ¿como vas a sacar al niño a las doce de la noche con el frío que hace?” Pero yo sabía que no le pasaría nada. ¡Y llegó la Noche Buena! Y la familia y un grupito pequeño de amigos, fuimos a la misa del gallo y allí bautizaron a mi hijo. Era mi ofrenda, así le dije al divino Niño: “ “¡Después de tanto sacrificio aquí te lo traigo!” Luego de regreso a la casa, cantamos y bailamos con alegría.

Amigos, esa es mi historia de Navidad, hasta la semana que viene si Dios quiere, pero estoy un poquillo malilla y no se si podré escribiros. Os pongo a continuación unos villancicos para que nos alegremos y disfrutemos de la navidad.








No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por participar en el grupo de oración.